Dividamos a la ciudadanía costarricense en cuatro grupos a la hora de analizar sus relaciones con el Estado. El primero sería el de los autoexcluidos de la torre de marfil, las personas de más plata que viven en el mundo cosmopolita de lo privado.
Ellos y sus hijos (casi) no necesitan de los servicios públicos. Son poquitos, tienen poca estima por la institucionalidad, pues deben pagar impuestos (aunque eluden) a cambio de nada que les interese.
El segundo grupo es el de los protegidos por el estado de bienestar. Reciben salud, educación pública, pensiones y otros apoyos públicos.
Deben buena parte de su movilidad social a ese empujón. También pagan impuestos, pero como son asalariados formales, no pueden eludirlos, aunque quisieran. Muchos desean pasarse a la torre de marfil y lo harán apenas puedan. Pagan servicios privados para evitar las filas, por lo que rumian descontento con lo público. Son el grupo más grande.
El tercer grupo es el de los de un pie afuera y otro adentro del estado de bienestar. Han recibido educación pública y asistencia social, pero no cotizan a la Caja. Laboran en empleos de baja calidad sin todas las garantías laborales. Les gustaría tener los dos pies “dentro” del sistema, pero la misma institucionalidad se los impide. Son, quizá, el segundo grupo más grande.
El cuarto grupo son los doblemente excluidos: fuera del mercado de trabajo formal y fuera del estado de bienestar. Reciben muy pocos servicios públicos y de baja calidad. Su vida es “pellejearla” diariamente, viven en comunidades marginales y están ajenos a la institucionalidad.
La torre de marfil y los excluidos (el penthouse y el sótano social) coinciden en su desinterés por lo público: unos porque pueden pagarlo y otros porque están, irremediablemente, fuera.
Los protegidos y los del pie afuera saben que necesitan de lo público. Sin embargo, están resentidos con el Estado: unos porque no pueden librarse de él y otros porque no reciben plenamente sus beneficios.
Si esta caracterización no anduviera muy perdida, su implicación es que el estado de bienestar tico está en grave riesgo. Tiene poco y menguante apoyo ciudadano.
Como pocos lo defienden, está cada vez más a merced de las ocurrencias del político de turno. Una tragedia para este país, hasta para los de la torre de marfil, pues jugamos a la ruleta rusa con nuestra paz social.