Señora ministra, como es de conocimiento público, el 31 de agosto se publicó el IX Informe Estado de la Educación. Para quienes en el país prestamos atención prioritaria a los programas y desarrollo de la educación pública, el objetivo y profesional análisis realizado por el equipo que encabeza la profesora Isabel Román y sus conclusiones superaron nuestros peores temores.
Personalmente, me sentí frente a un espejo roto en mil pedazos, cada uno de los cuales me devolvía la imagen de una catástrofe, no por anunciada menos dramática.
Desde la escuela primaria hasta la secundaria, en el Colegio Superior de Señoritas, y la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica, soy un neto producto de la educación pública. En mi infancia puntarenense, la educación preescolar estaba a cargo de los hogares.
En la escuela Delia Urbina de Guevara, en Puntarenas, aprendí el nombre de las estrellas, a amar el mar, las tablas de multiplicar, la geografía y la historia de nuestro país, la de Centroamérica, la del continente, algo del resto del mundo y, por supuesto, desde primer grado mis compañeras y yo leíamos y escribíamos correctamente.
Tuvimos maestras maravillosas, producto de la Escuela Normal de Omar Dengo, que nos formaron integralmente, con valores cívicos y morales, por ejemplo, nos enseñaron que mentir o herir al prójimo son conductas inaceptables, por precepto religioso y moral.
Esa primaria fue la base fundamental de los años que siguieron hasta formarme como la mujer y la profesional que por muchos años se dedicó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica a educar a generaciones de abogadas y abogados, y no solo en lógica jurídica, sino sobre todo en valores de derechos humanos.
Hoy el panorama de la educación pública está muy lejos de ser lo que fue en esos años del siglo XX, en que los esfuerzos del país y sus gobiernos se volcaban y reflejaban en sistemas de educación y salud que nos hacían sentirnos muy orgullosos.
Hoy leemos en el IX Informe Estado de la Educación que una cantidad alarmante de niñas y niños de cuarto grado de la escuela primaria no saben leer ni escribir, también que una generación entera de décimo año arriesga no poder proseguir su educación superior por las causas que se detallan en el informe.
Es obvio que este panorama no se debe al presente gobierno. El inmenso daño causado a los niños y jóvenes en estas condiciones no es solo por el “apagón educativo”, ni nació con la pandemia en el año 2020. Estos son solo dos factores que se agregan a errores y deficiencias, descuidos y falta de voluntad política, que arrastramos de años anteriores y que ahora continúan siendo evidentes.
Los anteriores informes del Estado de la Educación, que se iniciaron en el 2006, ya venían advirtiéndolo. Llamaban a una acción fuerte y decidida de los gobiernos de turno, cuyos ministros más inteligentes tomaron medidas importantes, pero no suficientes.
Los males se fueron agravando hasta llegar a la catástrofe que describe el IX informe del 31 de agosto, cuya lectura obligatoria y recomendaciones nos conciernen a todos, sin excusas o distorsiones.
Señora ministra, respetuosa pero vehementemente, llamo su atención para compartir un sentimiento que es el de muchísimas personas que hemos servido en gobiernos e instituciones públicas: su ministerio, el Ministerio de Educación, es el más importante y crucial de todo gobierno.
De la educación pública (también ayuda la privada), depende que, al aprender a leer y escribir, niñas, niños y jóvenes aprendan a pensar, a desarrollar en sus jóvenes cerebros pensamientos abstractos, afinen facultades cognitivas, conocimientos fonológicos. En suma, sean personas capaces de vivir vidas plenas, con oportunidades crecientes en una sociedad que anhelamos más justa y equitativa.
Considere, sin subestimar otras funciones públicas que competen al gobierno, que los huecos en las calles se tapan, puentes y carreteras se construyen, para las epidemias contamos con vacunas, contra el cambio climático todavía podemos hacer algo para no agravarlo, pero los cerebros de niñas y niños que desde su más tierna infancia no reciben a tiempo los conocimientos que les permitan hablar, leer, escribir, pensar, no tienen remedio alguno, pasada cierta temprana edad ya casi nada puede hacerse por ellos. No hay padres, ni vacunas, ni parches, ni ladrillos que los rescaten del pantano sin salida de la ignorancia.
Sabemos, le decía, que si bien en la crisis actual en que estamos inmersos a su ministerio y a usted no se les puede imputar responsabilidad total, lo cierto es que hay varios errores sobre los cuales usted puede rectificar el rumbo.
Usted puede meditar sobre sus acciones, identificar errores y rectificarlos. No pretendo darle lecciones de lo que debe hacer de aquí en adelante, pero podría empezar por restablecer, por ejemplo, cuanto antes, los vínculos institucionales con la Fundación Omar Dengo. El crucial programa de informática que por muchos años brindó un moderno instrumento cognitivo a miles de estudiantes y del cual hoy están privados por decisión unilateral de su ministerio, sin que sepamos por qué.
Podría también considerar sus manifestaciones de rebajar el presupuesto constitucional asignado a la educación del 8 % al 6 %, lo cual causaría irreparables daños a la educación nacional y al país.
Usted nos dice que ha “inventado una ruta de la educación” y estoy segura —así lo deseo de corazón— de que esa ruta la llevará por muy buen camino. De su desempeño y compromiso como ministra de Educación depende en buena medida el futuro del país.
Usted debe iniciar una ruta que nos permita que el próximo Informe Estado de la Educación muestre que salimos del pantano. Para ello, señora ministra, por favor, rectifique el rumbo.
Elizabeth Odio Benito fue presidenta de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.