El 10 de marzo de 1952 el director de la Escuela Vocacional República de Costa Rica, de Cruces, un municipio de la entonces provincia de Las Villas, reunió a los alumnos para comunicarnos que las elecciones presidenciales previstas para mediados de año se habían adelantado aquella madrugada y el resultado había sido indisputable: los militares habían escogido a Fulgencio Batista como «presidente provisional» de Cuba para un plazo indefinido. No nos dijo, pero se sobreentendía, que se había instalado una dictadura de aquellas que adornaban como un collar de perlas el cuello del continente americano.
Batista era un candidato inscrito para las elecciones democráticamente convocadas, pero no tenía la menor posibilidad de ganar porque la gran mayoría de los cubanos se inclinaban por el Partido Auténtico y por el Partido Ortodoxo, así que, no pudiendo hacer fraude en las urnas, lo urdió en los cuarteles. Para este optimista alajuelense, el anuncio fue motivo de gran preocupación, pues imaginaba que en cuestión de horas un levantamiento popular pondría en jaque al ejército y a la guardia rural, que en conjunto no serían capaces de resistir la marea. Así que, temiendo por mi seguridad, me acerqué al cocinero de la escuela, a quien todos conocíamos como un informado miembro del partido comunista de Cuba, para preguntarle si no consideraba prudente de mi parte ponerme, por lo que «potis», en contacto con nuestra embajada.
El camarada soltó una carcajada y, quitándose el gorro de cocina, me dijo: «Oye, chico, no sea bobo, aquí no va a pasalná, ¿no ve que a lo cubano el Hombre no cae simpático?». Como no podía creerle, pasé varias noches durmiendo poco, pero al cabo de una semana ya me había dado cuenta de que, en realidad, nadie mencionaba el nombre de Batista porque la población lo había aceptado como si fuera una inofensiva mascota recién adoptada y también se refería a él como el Hombre.
De inmediato, los soldados y los miembros de la guardia rural comenzaron a ganar más que los maestros y, cuando en noviembre de 1954 se realizaron nuevas «elecciones», el Hombre fue candidato y ganó de calle.
Tenía razón el camarada cocinero, aquel fervor inicial por el Hombre me enseñó que, cuando las sogas con nudo corredizo salen gratis, los que quieren poner el pescuezo son mayoría.
duranayanegui@gmail.com
El autor es químico.