Oculto en un cargamento de neumáticos proveniente de Asia, un estrafalario zancudo desembarcó en Costa Rica en 1993 para traernos una enfermedad que 30 años después se convirtió en una amenaza fuera de control.
La Organización Panamericana de la Salud viene advirtiendo que nuestro continente enfrenta la epidemia de dengue más fuerte de la historia, y nuestro territorio no escapa a su impacto.
Hasta el 12 de octubre, el Ministerio de Salud tenía contabilizados 27.184 casos, lo que representa un aumento del 164 % con respecto al mismo período del 2023.
Además, hace pocos días se confirmó que un hombre de 60 años, sin antecedentes de enfermedades crónicas y vecino de la Gran Área Metropolitana, se convirtió en la sexta víctima mortal de este año.
Este último dato resulta sumamente preocupante si se toma en cuenta que el país no registraba muertes causadas por el dengue desde el 2013, la de una guanacasteca que falleció debido a las hemorragias características de la enfermedad.
Los especialistas atribuyen la epidemia a varios factores, como el hecho de que el cambio climático crea las condiciones para la reproducción de los mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopictus.
También señalan que el fenómeno de El Niño y la circulación de los cuatro serotipos del virus facilitan la transmisión de la que alguna vez fue llamada la “fiebre rompehuesos”.
Sin embargo, a los anteriores factores hay que añadir otro igualmente de peso: el recurrente descuido de los ciudadanos y de las autoridades sanitarias.
Resulta notorio que después de la pandemia de covid-19 nos hemos relajado en extremo como sociedad en cuanto a la aplicación de medidas de higiene y prevención.
Basta con ver los picos de enfermedades respiratorias y de diarrea para comprobar que les hemos perdido respeto a los microorganismos que tienen en jaque a la salud pública en este momento.
La triste realidad es que viviendas, charrales, calles, parques y alcantarillas son santuarios de mosquitos. La enfermedad nos acecha a toda hora y en todo lugar. ¡Nos tiene sitiados!
Por eso, los zumbidos se han convertido en un sonido aterrador, no solo porque anuncian una posible picadura, sino también porque son el preludio de una grave enfermedad.