Es muy sugestiva la hipótesis de un jurista español acerca del diverso modo como cada sociedad encara la resolución de sus conflictos y problemas colectivos.
De un lado, está Francia, que a su juicio tiene en común con los países anglosajones una gran tradición de cultura política: «Como en Inglaterra o en Estados Unidos —dice—, en Francia son multitud los problemas que se resuelven políticamente y sin apelación al derecho».
De otro lado, Alemania y su crónica impotencia para resolver políticamente sus problemas, lo que también puede decirse de España, vista «la menesterosidad», concluye, de su historia política.
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Si escasean las habilidades para concertar la solución política de los problemas, habilidades que respetan el principio de la mayoría absoluta, pero se basan en la transacción y el acuerdo, no queda más que confiar en los instrumentos de derecho para suplir este déficit.
Confiarse, pues, a un orden coercitivo que no está en manos de agentes políticos y que es relativamente inflexible, es decir, anteponer y aceptar la calificación sobre la idoneidad jurídica de las soluciones.
Evidentemente, esta última opción entroniza el poder de los órganos técnicos del Estado, o sea, ciertos tribunales de justicia y algunos centros técnicos de fiscalización y control, facultados, en cada caso concreto, para decidir qué es el derecho.
Quizá esta vía no signifique precisamente una virtud de la cultura política. Tal vez sea preferible la expansión del espacio y el incremento de la capacidad colectiva para desempeñarse sabiamente en el juego político, que incluye confrontación, deliberación y concertación, aunque es inevitable que estos procesos en algún punto finalmente discurran, como debe ser, por los cauces típicos del Estado de derecho.
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Mirando retrospectivamente nuestra historia, desde el Pacto de Concordia, tengo la impresión de que no son nada desdeñables las destrezas políticas que frecuentemente condujeron al hallazgo de soluciones paccionadas para muchos de nuestros problemas, soluciones que al cabo se revistieron de formas jurídicas. Esto ha permitido el cultivo, a lo largo del tiempo, de una cultura política pragmática, menos urgida de confesionalidad ideológica que impregnada de rasgos idiosincrásicos, cautelosa, eficaz y prudente, no exenta de un alto grado de sensibilidad jurídica. Hoy nos conviene honrar esta tradición.
El autor es exmagistrado.