Antes de comenzar a aprovechar la invitación que me hizo La Nación para escribir una columna semanal, pensé que era apropiado dar cuenta, a los eventuales lectores, del empleo que haría de este relevante espacio.
Desistí de explicarme, en parte porque no lo tenía claro, y en otra, porque no conocía las dificultades que entrañaba sumarme a un grupo de columnistas competentes y duchos. A lo largo de mi vida profesional, he redactado diversas clases de textos propios del oficio jurídico, que tiene exigencias peculiares. Normas de derecho, estudios y opiniones legales, alegatos judiciales, sentencias.
En este último caso, sobre todo, me exigía objetividad, claridad, precisión, concisión, prescindencia de fórmulas sacramentales; prefería que me guiara la máxima, según la cual, las sentencias son para el sentenciado. A veces tenía éxito, otras no. Pero esto no me daba ninguna experiencia para satisfacer los requisitos mínimos del arte de la comunicación desde las páginas de un periódico.
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El primer asunto por resolver fue cómo titular la columna. Yo la concebía como una tertulia, de allí que propusiera este nombre, que se desechó. Los temas que suelen abordarse en una tertulia son diversos: política, derecho, religión, vida sexual, y así.
Lo que tiende a ocurrir en una tertulia, dice alguien, es que los participantes aventuran ciertas ideas para ver qué efecto producen oírse diciéndolas y ver qué aquiescencia o reparo causan en los demás. No se trata de pontificar, de externar convicciones profundas o creencias inequívocas.
Aunque a la postre la columna adoptó otro nombre por justas razones, mi intención es encarar, como en una tertulia, pluralidad de temas, en cuanto sea posible ajenos a mi limitado territorio profesional, intentando un enfoque experimental o exploratorio; hacerlo, además, con cierta desenvoltura, pero sin ligereza.
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El hecho de que la columna se publique los lunes permite eludir por anticipado la obsolescencia característica de la información periodística. Es una ventaja que aprovechamos quienes opinamos o comentamos, y no informamos.
En fin, no es tarea fácil encontrar semanalmente un tema del que ocuparse; pero sospecho por mi breve experiencia, que menos interesante que saber por qué se escogió un tema, es conocer la razón de por qué se desecharon los demás.
El autor es exmagistrado.