Me remuerde la conciencia conocer únicamente aquello que me presenta el algoritmo de las redes sociales como el mundo real: el tipo de amistades, el lugar donde trabajo y lo que hago.
Por ello, intento informarme y estudiar las cosas desde varios puntos de vista, y me esfuerzo por leer a quienes opinan diferente. Por la misma razón, tengo amistad con personas cuyas nociones religiosas y políticas no comparto, y trato con especial sensibilidad a los estudiantes que están fuera de la corriente principal de la Facultad de Ciencias Sociales.
En el ensayo acepto las solicitudes de amistad de personas de cuyos pensamientos, valores y elecciones discrepo. Es incómodo, no lo niego, pero me obligo, con el interés de conocer su lógica, a comprender mejor lo que nos pasa.
También he seguido a un par de personas sinceras, directas, educadas y vehementes, con muchos seguidores, que participan en férreas críticas contra unas instituciones que parecen desear extinguirlas. Mi fin es poder escribirles para tomar un café.
Atajar la destrucción social
Cuento todo esto no con el afán de presentarme como modelo, pues lo sería apenas aceptable, sino para señalar algunos caminos posibles y necesarios, en vista de la agresión desbocada que vivimos.
Fundamentada en parte en nuestras dificultades para hacernos cargo de las desavenencias, se vuelve imprescindible oírnos para atajar la destrucción social.
Los odios y prejuicios se robustecen en proporción directa a la distancia que existe entre los protagonistas, y se debilitan con el acercamiento, según he podido comprobar.
Un experimento que suelo pedir a mis estudiantes consiste en buscar e invitar a tomar café a alguien cuyas ideas les molesten significativamente, con el objetivo de conversar. Tras los cuatro encuentros establecidos, el resultado siempre ha sido el mismo: la exposición a los contrastes forjó una visión de esa realidad más compleja y empática.
Durante una conversación, la escritora Abril Gordienko me presentó My Country Talks, iniciativa de origen alemán que promueve el intercambio abierto entre comunidades que tengan semejanzas y diferencias, con miras a fomentar el diálogo.
Contribuir a la democracia
Varias intelectuales sostienen que el reconocimiento de la pluralidad en las maneras de ver el mundo contribuye a la democracia. La filósofa política Iris Marion Young, la teórica Nancy Fraser y la filósofa bell hooks (así escribe ella su nombre) han reflexionado sobre cómo la apertura a las divergencias, junto con la lucha por la igualdad, produce sociedades más democráticas.
En particular, la filósofa Hannah Arendt destacó por sus aportaciones al análisis de la importancia y responsabilidad individual y colectiva en la comunicación para la vida pública, argumentando que fortifican la libertad y evitan la violencia.
La filósofa y ética Martha Nussbaum estableció una relación estrecha entre la justicia y el respeto a las vivencias individuales, del mismo modo en que la teórica literaria Gayatri Chakravorty Spivak profundizó en la trascendencia de oír las voces marginadas para una mejor comprensión de la sociedad.
Leon Festinger, Henri Tajfel y John Turner discutieron el hecho de que sentimos incomodidad ante la discrepancia, lo cual nos lleva a encasillarnos y etiquetar, avivando actitudes discriminatorias. Para ellos, poner frente a frente a los opuestos ofrece una solución.
No en vano la literatura y el cine se fundamentan en las grandes enemistades para el desarrollo de destrucciones mutuas, pero también en las alianzas como la vía para la reparación del daño.
El frente a frente respetuoso
En mi caso, la relación con mi amiga más antigua se fortaleció cuando fuimos capaces de escucharnos y reconocernos durante la discusión sobre el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Nuestras valoraciones sobre el TLC eran visceralmente antagónicas, y confieso que hubiera sido más fácil soltar la amistad; sin embargo, elegimos la entreverada vía del frente a frente respetuoso.
En esa misma lógica, a las mujeres se nos entrena desde niñas, y de manera casi siempre velada, para aliarnos con los varones y rivalizar entre nosotras, dificultando así una alianza fundamental para contrarrestar el estado lamentable en la sociedad machista, que tiene, de una u otra forma, las oportunidades de todas, al punto de pagar un peaje muy alto cada vez que aspiramos a más.
Al mismo tiempo, es imposible que un solo ser humano opere cambios en una sociedad, y quien diga lo contrario está buscando engañarnos. Otro motivo para juntarnos, hablar y hacer en comunidad.
Hacernos cargo del resentimiento que nos está caracterizando como país, cuyo mayor exponente oficial se pone en evidencia los miércoles, aplanaría un poco los humores como para empezar a dialogar.
Igualmente intolerantes
Pero también es notorio en la academia, en quienes usan su poder para caricaturizar, estigmatizar y provocar a los que apoyan al gobierno, dando muestras de una intolerancia igual o mayor que aquella que denuncian.
En la responsabilidad de actuar para mermar el desprecio mutuo, existen niveles. Si bien es algo que compete a toda la ciudadanía, se vuelve obligatorio para quienes ocupamos cargos públicos y absolutamente mandatorio en quienes fueron elegidos popularmente.
Lo veo así: si usted es un funcionario, no puede andar por ahí llamando “chavestruz” o “chavestia” a la ciudadanía, ni tildando de “facho” a quienes no comparten sus ideas; tampoco mandando a cancelar la libertad de expresión de otros, ni asegurando que son autoritarios porque no votan la papeleta propia. Lo que nos corresponde es escucharlos.
No perdamos de vista que las visiones autoritarias son patrimonio también de ciertos sectores que levantan banderas de justicia social según una pretendida superioridad moral.
Por otro lado, usted, ciudadano “de a pie”, puede no querer sentarse a conversar con el presidente de la República, y está en su derecho, pero él no posee la misma libertad.
El presidente está obligado a hablar con usted, con cualquiera, aunque le caiga mal. Hablemos, entonces.
La autora es catedrática de la UCR y está en Twitter y Facebook.