Creo que está bastante claro, cuando menos desde la perspectiva de nuestros sectores motor de crecimiento —zonas francas, turismo y exportaciones—, que el tipo de cambio no nos ayuda a competir, crecer y generar empleo, y, a través de este, aumentar el progreso social de los costarricenses.
Es fácil de entender que una fuerza laboral que ya tenía los salarios mínimos y técnicos más altos de la región latinoamericana se encarece rápidamente al bajar la tasa de cambio, y simplemente no es posible aumentar la productividad laboral en más del 20 % en un período tan corto, como para compensar dicho aumento en costos.
Lo mismo ocurre con la energía, cuyo precio en colones requiere ahora más dólares para pagarse. Los hoteles, alquileres y comidas se encarecen para el turista; los costos de producción aumentan para las zonas francas, y nuestros exportadores reciben menos colones con que cubrir sus obligaciones locales por cada dólar de ventas al extranjero.
A mediano plazo, todo lo anterior afecta nuestra capacidad de atraer inversión extranjera a las zonas francas y el turismo; provoca estancamiento —y eventualmente caída— del turismo extranjero.
Los exportadores —como en el reciente caso de dos fincas bananeras— reducirán o paralizarán operaciones al perder sus márgenes operativos; y aun los pequeños comerciantes empezarán a verse afectados por una “economía sin fronteras” que les permite a los consumidores importar productos duraderos y de consumo cotidiano de manera directa, a través de plataformas tecnológicas internacionales.
Además, una buena parte de nuestra economía formal y semiformal depende precisamente de encadenamientos con los sectores que son motor de crecimiento, y con el consumo que se da por quienes laboran en ellos. Si todo esto sufre, como se prevé, tendremos una situación económica y social muy compleja a mediano plazo.
El Banco Central argumenta que lo anterior supone impulsar una reasignación de los recursos hacia sectores de más alta productividad —como indica la teoría económica—, pero si caen las inversiones en turismo, zonas francas y las exportaciones y sus encadenamientos y proveedores, ¿cuáles suponen ser los sectores a los que se reasignará la fuerza laboral y los recursos energéticos, financieros y otros?
Esto sin tomar en cuenta que quienes se desemplean en una finca bananera, por ejemplo, difícilmente tienen la educación, destrezas y capacidades que se requieren para reemplearse en una zona franca u operación turística de alto valor.
Y la reconversión necesaria, aun suponiendo que fuera posible para un trabajador bananero de más de 40 años, tomaría mucho tiempo y causaría pobreza, pérdida de arraigo, así como una creciente polarización socioeconómica y geográfica.
Por qué me asusto
Si nos comparamos con naciones competidoras, al tipo de cambio sobrevaluado de estos días, tenemos desventajas en costos totales de empleo —por su costo directo y cargas sociales—; nuestra ventaja de ofrecer energía limpia a un costo razonable tiende a desaparecer en ambas dimensiones (ya no es tan limpia y es mucho más cara).
Y tenemos enormes deficiencias en elementos clave del clima de negocios: el sistema de carreteras está colapsado y en riesgo de perder acceso real por el mal estado de sus puentes; nuestra intermediación financiera es cara y lenta; no contamos con un sistema de transporte público que nos permita movilizar trabajadores, estudiantes, ciudadanos y turistas de manera eficiente; nuestra seguridad ciudadana está en un punto bajo, y la cobertura de medios internacionales de cómo estamos en peligro de convertirnos en un narco-Estado ciertamente no ayuda con el turismo y las inversiones.
Nuestro sistema educativo está en el punto más bajo de su historia reciente, en términos de asegurar capacidades y destrezas en la población hacia el futuro. Y hay más problemas, pero creo que con los señalados basta para darnos una idea de cuán complicada está la cosa.
Entonces, cuando el presidente del Banco Central y los defensores de la actual política monetaria confunden la independencia del Banco —la cual apoyo vehementemente— con su desacople total con la dinámica de la economía nacional, yo me asusto en serio.
He escuchado y leído la argumentación de la reasignación de recursos en la economía; que no es responsabilidad del Banco Central aumentar la productividad, sino garantizar la estabilidad; que el desempleo no es la medida para evaluar el desempeño del Banco Central, y varios otros similares.
Objetivo subsidiario
En la Ley Orgánica del Banco Central de Costa Rica hay un “objetivo subsidiario” que dice lo siguiente: “Promover el ordenado desarrollo de la economía costarricense, a fin de lograr la ocupación plena de los recursos productivos de la Nación, procurando evitar o moderar las tendencias inflacionistas o deflacionistas que puedan surgir en el mercado monetario y crediticio”.
Me parece que al presidente ejecutivo y la Junta Directiva se les está escapando la parte de “lograr la ocupación plena de los recursos productivos de la Nación”, de la cual depende en gran medida el crecimiento y la misma estabilidad futura de la economía.
Si se apuesta, con ceguera práctica y dogmatismo teórico, por estabilidad y una eventual reasignación de recursos, se está ignorando por completo que vivimos y producimos en un clima de negocios limitado en su productividad y distorsionado por situaciones que no se corrigen de la noche a la mañana, como son la educación, la infraestructura, el costo del capital, la disponibilidad de energía limpia y competitiva, entre otros ya señalados.
La política monetaria y el control de la inflación son condiciones necesarias, mas no suficientes del desarrollo económico, y no pueden ponerse por encima del crecimiento de la productividad, de la generación de más y mejores empleos, de la inversión y el comercio, y del despliegue de una política social que contribuya a la productividad, pues, al hacerlo, se tendrán algunos triunfos y reconocimientos a cortísimo plazo por el control de la inflación, pero muy pronto se acabará eso, para dar lugar a la pérdida real de competitividad nacional y sectorial, al desempleo y la pobreza, a la caída del progreso social y la sostenibilidad ambiental, y a la concentración de la riqueza en quienes, con acceso a información y capital, logren arbitrar estos cambios en su favor.
Liderazgo en riesgo
Durante 40 años, Costa Rica ha tenido un modelo balanceado entre la estabilidad y el crecimiento, con base en sectores productivos cada vez más modernos y competitivos, capaces de atraer inversiones de empresas de vanguardia a escala mundial, en sectores diversos como la electrónica, los implementos y equipos médicos, el turismo de alto valor agregado y los servicios de valor agregado con tecnología y conocimiento.
Y ha diversificado sus exportaciones nacionales hasta convertirse en modelo y líder global en atracción de inversiones, diversificación de exportaciones, acceso a mercados internacionales y, quizás más importante, líder en la capacidad de convertir ese crecimiento productivo y económico en progreso social, a través de una política social bien instrumentada.
¿Tiene sentido abandonar este modelo para ser campeones mundiales en control de la inflación?
El autor es consultor internacional.
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