“Mientras disfrutaba su té matutino, un londinense podía ordenar por teléfono cualquier producto de la tierra y esperarlo en su puerta. Ahí mismo podía arriesgar su fortuna invirtiendo en recursos naturales y empresas de cualquier país. Y, si quería, asegurar transporte hacia cualquier parte del mundo. El menor obstáculo lo habría ofendido y sorprendido. Ese estado de cosas era lo más inalterable del mundo, para él”.
Parecerían palabras de hoy. No lo son. Es John Maynard Keynes describiendo la vida en Londres, en 1913. El mundo gozaba entonces de una primera “globalización”.
En 1910, Norman Angell, premio nobel de la paz, escribió que una guerra mundial era imposible porque las economías estaban demasiado interconectadas.
Poco después, estalló la Gran Guerra y se fue al traste la estabilidad, tan aparentemente empoderada en aquel momento de la historia. Asumidas como inmutables, las libertades para viajar, invertir y comerciar desaparecieron en las trincheras.
Cincuenta años después, llegó nuestra globalización, tras dos guerras mundiales que la lógica económica no estaba en capacidad de impedir.
Dimensiones del conflicto
Si algo se aprendió de aquel fantasioso sentido de seguridad, es que la interrelación comercial y financiera no evita guerras. Solo la política puede hacerlo. Repliegues nacionales y bloques dizque defensivos están preñados, en cambio, de confrontación.
La guerra en Ucrania no termina de perfilar el contorno de sus alcances. No faltan analistas que vean en ella el primer acto de una tercera guerra mundial. Sin llegar a vaticinios tan funestos, no sería extremo decir que compartimos la misma ceguera del londinense de Keynes.
Ni siquiera 15 semanas después de la invasión rusa, el mundo logra aquilatar las dimensiones de esa guerra. Los verdaderos protagonistas, beligerantes y cobeligerantes, están terminando de conformar un bloque internacional bélico.
Los objetivos de cada campo se amplían día tras día. Estamos ante una escalada militar de largo plazo, en una guerra de desgaste que, además de destruir a Ucrania, transformará las condiciones geopolíticas de la economía mundial.
La guerra de defensa de Ucrania se está convirtiendo, bajo el liderazgo estadounidense, en una muy conveniente cruzada contra Rusia.
Su propósito se parece, cada vez más, a un esfuerzo por redibujar el mapa geopolítico del mundo, valiéndose del poderío de su industria militar y hegemonía sobre Europa, sumado ahora a su carrera armamentista.
Ganancias y pérdidas del comercio
La administración Biden gasta más en apoyar militarmente al gobierno de Ucrania que lo que invierte contra el cambio climático. Eso habla de sus prioridades y dice mucho de la ocasión que la guerra brinda a Estados Unidos para su reposicionamiento estratégico en Europa y Asia.
Ya nadie puede considerarse inmune a las repercusiones de la batalla y nada asegura que se evite una fatídica evolución imprevisible que comprometería nuestra civilización. Por lo pronto, además de Ucrania, la otra víctima parece ser la globalización.
Desde hace años crecen fuerzas políticas de nacionalismo antiglobalización. En 1996, Renato Ruggiero, director general de la OMC, advirtió: “El libre comercio no puede garantizar la distribución de la riqueza que crea. Esta es la tarea de los gobiernos”.
Pero esas palabras volaron con el viento. Nadie quiso escuchar la angustia de las poblaciones abandonadas. El frío no estaba en las cobijas comerciales, sino en la política.
En el 2019, los nobeles de economía Duflo y Banerjee lo dijeron sin tapujos: “En este desastre, los políticos han desempeñado y desempeñan un papel importante”.
Según ellos, “ganancias y pérdidas del comercio se han redistribuido de forma desigual y esta realidad es contraproducente”. Impulsó el brexit, llevó a Donald Trump al poder y promovió el auge del populismo por doquier.
Otros factores
El malestar de la globalización —dice Joseph Stiglitz— desencadenó fuerzas políticas reaccionarias en todas partes. La deslocalización de empresas creó la base social proteccionista del populismo nacionalista en Estados Unidos y coincidió con el ascenso económico chino.
La élite política de ese país fue presa de una sensación de pérdida de hegemonía. Trump desató una guerra comercial contra China y subió los aranceles del 3,1 al 19,3%. Biden mantuvo el curso. La guerra comercial y tecnológica contra China hermana a demócratas y republicanos.
La invasión rusa se suma al trasfondo como golpe de gracia a la globalización. Es una fase agravada, porque lo militar va ligado a lo financiero; la política local, a impactos mundiales; y el enfrentamiento sustituye el entendimiento multilateral.
La guerra en Ucrania, terremoto geopolítico de inimaginables consecuencias, es un punto de inflexión en la historia del mundo.
El economista, politólogo e historiador Nicolas Baverez, de Le Point, piensa que la globalización está definitivamente muerta. Sus bases políticas están resquebrajándose.
La globalización es apertura de fronteras, interconexión financiera, economías entrelazadas y abiertas, sistemas multilaterales aceptados por todos. Esas inferencias presuponen la paz, no enfrentamiento geopolítico y carrera armamentista.
Impulso bélico
El declive que así se anuncia no será autarquía. El comercio seguirá, pero enclaustrado en esferas cerradas de influencia. Su dinámica se asentará sobre necesidades preventivas de guerra, como una lucha estratégica por acceso a energía, materias primas decisivas, infraestructuras críticas, industrias disruptivas.
El nacionalismo levantó la cabeza y nadie podrá volver a sentirse completamente seguro. Todavía no estamos ahí, pero hacia allá vamos.
Ross Douthat, en un artículo de opinión publicado en el New York Times el 12 de marzo, habla de un “retrofuturo”: el surgimiento de bloques y un regreso al mundo de ayer, al de 1913, pero en el contexto mil veces más peligroso del siglo XXI.
Ejemplarmente, el papa Francisco rechaza unirse a una cruzada contra Rusia. Macron mantiene el diálogo. Scholz se resiste. Grandes países se niegan a ser cobeligerantes y no emplean sanciones contra Rusia. Xi Jinping llama a una cruzada por la paz. Son espacios civilizatorios que buscan una salida negociada.
Es la sensatez, pero los vientos de guerra abruman. Nada parece amainarlo. La guerra contra Ucrania ya es más. Es muy poderoso el curso de la confrontación y es duro oponerse a la malsana euforia de la guerra. Pero hay que hacerlo.
Grandes voces callan y debe romperse ese silencio. Es increíble que la lucha por la paz sea tan controversial, cuando nunca ha sido tan decisiva. No podemos darnos por vencidos. Es la utopía que salvará al mundo.
Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.