China fue, en algún momento, nuestro segundo destino de exportación, como una fase del ensamblaje de Intel, desde Belén hasta el gigante asiático. De sorpresa, habíamos visto como gran socia comercial a China. En ese punto, la administración Arias comprendió la importancia de establecer relaciones diplomáticas y suscribir un TLC con la República Popular. Fue un momento memorable, pero de un sustrato mucho más profundo que lo comercial. En ese momento no lo vimos enteramente así.
Las relaciones diplomáticas y el TLC con China eran pasos que, en lo profundo, reflejaban nuestra idiosincrasia nacional, como primer país del mundo sin ejército y símbolo del paradigma de la paz y del respeto a la autodeterminación de los pueblos, por encima de viejos rescoldos ideológicos. De hecho, en el concierto de naciones, llegábamos tarde. Las Naciones Unidas habían reconocido a Pekín desde 1971. Pero ser heraldos no ha sido siempre lo nuestro.
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La combinación china de progreso tecnológico, creación de capacidades, desarrollo económico y movilidad social es parte esencial de su narrativa. ¿Por qué no de la nuestra? Si de derechos humanos se trata, la supervivencia digna los precede a todos. La pobreza menoscaba la satisfacción de todo derecho.
Para combatir la pobreza, ningún país del mundo ha aprovechado mejor que China su crecimiento económico. Si en el 2012 hablábamos ya del milagro chino de sacar de la pobreza a 300 millones de personas, desde entonces, 80 millones más han dejado de ser pobres.
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Ya quisiéramos nosotros utilizar el lucro de exportaciones para promover una justa distribución de la riqueza, conforme al dictado constitucional. No lo hacemos. En contraste, nuestra promesa democrática tiene aquí deudas pendientes con la equidad. Somos insolventes con nuestro paradigma de Estado social de derecho.
Nadie debe desconocer que los hilos chinos se entrelazan en el tejido planetario. A 14 años de relaciones diplomáticas y 10 de un TLC, necesitamos un azimut estratégico que nos enlace con China. Nos quedamos cortos en aumentar simplemente la oferta exportadora hacia un mercado difícil, lejano y competitivo. Se trata, además, de encontrar nuevos pasos estratégicos que definan una mejor ubicación de nuestra política con China. Es otra deuda pendiente con nuestro futuro.
La autora es catedrática de la UNED.