La calidad de un sistema educativo se mide por la calidad de los docentes. A esta conclusión han llegado las principales investigaciones internacionales que han estudiado los mejores sistemas educativos del mundo.
Tener buenos docentes, sin embargo, no es tarea fácil, al contrario, requiere procesos de innovación y mejora sostenidos en el tiempo, aplicar herramientas concretas que orienten la dirección del cambio. Para salir de la crisis educativa que el país enfrenta y avanzar hacia la escuela del siglo XXI, tener docentes excelentes es un desafío nacional de primer orden.
La semana pasada se presentó el Marco nacional de cualificaciones de carreras de educación (MNC-CE), donde se establecen los resultados de aprendizaje que se espera posean los graduados de 12 carreras de Educación que forman docentes de primaria y secundaria, bachillerato y licenciatura.
Este incluye los perfiles (habilidades, conocimientos y actitudes) que maestros y profesores requieren para brindar una educación de calidad y aplicar con solvencia los programas de estudio del MEP, principal empleador de estos profesionales.
Con el MNC-CE el país se acerca a las mejores prácticas internacionales, atiende recomendaciones de la OCDE para mejorar la educación y obtiene una nueva herramienta para actualizar las formas de contratación, evaluación formativa y los procesos de desarrollo profesional docente que están obsoletos.
La elaboración de este marco es un esfuerzo por dar respuesta a uno de los principales desafíos que el Estado de la Educación ha señalado: elevar la calidad de la formación inicial de los docentes, tarea urgente debido al bajo número de carreras de educación acreditadas —especialmente aquellas que hoy gradúan más maestros y profesores—, la desactualización que tienen sus mallas curriculares y las brechas respecto a las necesidades del MEP y el país.
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El MNC-CE es un bien público relevante, que demandó dos años de trabajo a equipos técnicos nacionales de elevada calidad con acompañamiento de expertos internacionales. La elaboración reunió, por primera vez, las principales instituciones del sector educativo, a las cuales se sumó el sector privado civil.
El proceso es un ejemplo concreto de lo que significa un acuerdo nacional en educación, de conformidad con lo que ha señalado el VIII Informe del estado de la educación.
La experiencia internacional muestra que haber logrado reunir a tal diversidad de actores es un logro relevante y un predictor de éxito. No obstante, los países que han utilizado este tipo de instrumentos han aprendido que es fundamental diseñar un esquema de seguimiento claro que asegure la puesta en práctica y acompañamiento a las universidades públicas y privadas para que los adopten.
Es el gran desafío para el MNC-CE, para lo cual el compromiso de las partes requiere mantenerse y fortalecerse. Les corresponde a la ciudadanía, organizaciones y aspirantes a cargos políticos en el futuro apoyarlo y ser vigilantes del cumplimiento.
El Informe del estado de la educación señala que para salir de la crisis educativa y no retroceder el país precisa trazar una hoja de ruta con acciones concretas por cumplir en plazos determinados. El MNC-CE es una de esas acciones y su elaboración, más que un punto de llegada, es uno de partida para el cambio y el logro de una educación que responda a las nuevas demandas nacionales e internacionales.
En los próximos años, tres líneas de acción son claves: la primera es la implementación de planes de nivelación y aceleración de los aprendizajes a partir de información robusta sobre qué saben los estudiantes o no; la segunda es el reajuste del calendario escolar para ampliar los tiempos de enseñanza y estrategias de atención diferenciadas para los más afectados por el “apagón educativo”, a fin de evitar que se salgan del sistema; la tercera es la que marca el MNC-CE, esto es, mejorar la calidad de la instrucción docente, lo cual es indispensable para recuperar e igualar las oportunidades de los estudiantes en los próximos años.
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En un plazo razonable, determinado por el MEP, los egresados de Educación de universidades que no hayan acogido este marco de cualificaciones como un piso mínimo no deberían ser seleccionados para estar al frente de las aulas.
La apuesta por preparar en las universidades nuevas generaciones de docentes con altos estándares de calidad es la piedra angular para contar con personal profesional en las aulas con habilidades solventes, capaces de brindar una enseñanza eficaz y convertirse en los líderes pedagógicos del cambio educativo que el país requiere para sacar adelante a la generación de la pandemia y a las que vienen detrás.
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La autora es coordinadora del Estado de la Educación.