Camino al ritmo usual por los pasillos del supermercado. Pero en esta ocasión, mientras lo hago, me siento escudriñada por cuanto desconocido encuentro: al ver a la niña que llevo en brazos, las personas me sonríen casi saludándome, como si me conocieran; incluso, me detienen para decirme “que Dios se la bendiga” o “qué linda es”. Ignoran nuestro vínculo y quizás, por mis canas, creerán que es mi nieta.
Poco importa, basta con que yo la cargue para que se permitan ingresar en ese espacio de complicidad humana que surge ante lo bello y lo sublime, y del que he participado gozosa con unas “gracias” y una jubilosa sonrisa.
¡Claro que Sofía es preciosa! Ha venido descubriendo el mundo poco a poco, desde aquella emocionante mañana en que, mecida aún en las manos del hábil ginecólogo a cargo de la cesárea, cantó su primer llanto al ritmo de mis lágrimas.
En la elección presidencial recién pasada, fue a las urnas como mi acompañante. Nunca sabré si su retina habrá visto la equis naranja cargada de optimismo; pero puedo asegurar que ella participó activamente de esa elección incluso sin saberlo, pues muchas personas me han dicho —personalmente y por mensaje— que votaron por Carlos Alvarado pensando en Sofía, una niña que pudo nacer gracias a Dios, al amor y a la ciencia de los programas de salud reproductiva.
Voto con propósito. Mi voto, por supuesto, también fue pensando en ella. Voté por una sociedad que le permita vivir feliz, libre, fuerte, segura, orgullosa de sí misma y de su familia. Voté con la ilusión de forjar un país de oportunidades, en el que pueda desarrollar su vocación, cualquiera que esta sea, sin que nada ni nadie le corte las alas ni los sueños.
Voté con la esperanza de desterrar los espacios de odio, discriminación, exclusión o violencia. Voté por un país donde ninguna familia fuera discriminada ni señalada por no ser “la tradicional”, precisamente la menos frecuente en un país con alta tasa de madres solteras, de parejas en unión libre y de divorcios, que hacen que, en la cotidianeidad, las familias se integren en forma diversa.
Al término de la primera ronda, el espejo electoral mostró que un importante sector de la población discrimina. La segunda ronda nos devolvió la esperanza; esa que renace en mí con la empatía de todo aquel que sonríe ante una niña en brazos y la bendice, reafirmando de alguna forma su fe en el futuro y en la humanidad.
Hoy quisiera creer que en el bicentenario de la independencia es posible forjar la Tercera República; la que garantice los derechos para todos y consolide la trayectoria histórica del país en defensa de los derechos humanos universales.
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Para ello, en el nuevo gobierno no debe tener lugar quien discrimine, promueva el odio, quien desconozca la Convención Americana de Derechos Humanos o los alcances de los fallos y opiniones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Mientras llega el 8 de mayo, seguiré haciendo mandados con Sofía en brazos como mi mejor oración, como mi rezo cotidiano porque no se apague en el corazón de ninguna persona, ese pedacito en el que prevalecen la solidaridad, el respeto y la certeza de que el mañana será mejor que el presente.
La autora es odontóloga.