En el asesinato de Otoniel Orozco Mendoza, ocurrido en el condominio Río Palma en Escazú, se combinaron un problema vecinal, la xenofobia y la tenencia de armas como detonantes del pertubador desenlace; sin embargo, hay un cuarto factor: el machismo y sus consecuencias más extremas.
Las mujeres en el condominio dejan de ser capaces, a los ojos de los hombres, de resolver el lío sobre la llave de paso, un capítulo más del conflicto iniciado hace siete años, pero intensificado hace cuatro, “cuando Orozco realizó una remodelación en su vivienda”, según declaraciones de José Francisco Ayala, quien representa a la familia Orozco.
El origen del problema es más antiguo, más bien ancestral, y sobrepasa el lapso señalado por Ayala, puesto que hunde sus raíces en la cultura patriarcal, reflejada en el momento en que las mujeres se apartan para seguir la discusión entre ellas.
Los hombres, según el modelo dominante de masculinidad, se lían a golpes y es cuando uno de los dos decide mostrar su virilidad extendida por el arma de fuego, renunciando a la justicia impartida por el sistema judicial (iban a juicio el 2 de julio), para consumar la primitiva “venganza privada”, según la teoría del filósofo y antropólogo René Girard.
César Valverde Stark, profesor de Literatura Española en la Universidad de Illinois, define comportamientos de esta naturaleza como “masculinidades desestabilizadas en un entorno de crisis social”.
En un ensayo sobre masculinidades desestabilizadas en las novelas Sanctuary de William Faulkner y Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, Valverde Stark llama la atención sobre cómo el título de la primera “alude irónicamente al santuario que presentan, o debieron presentar, una serie de lugares normalmente seguros cuya protección se ve violada: el hogar, la cuna, el automóvil, la cárcel y las cortes”.
En el caso de Otoniel Orozco, ese lugar seguro, tanto para él como para su victimario, y sus respectivas familias, debió ser el condominio, comprado en ocasiones para compartir no solo el gasto de la piscina y las canchas de tenis, sino también la sensación de seguridad.
Solemos pensar en el feminicidio como el grado más ominoso de esas masculinidades desestabilizadas, pero examinando atentamente el video viralizado en las redes sociales, es posible determinar las características de un crimen entre hombres incoado por este fenómeno, cuyas vidas de mujeres segadas alcanzan cifras insoportables.
La muerte de Otoniel Orozco dentro de este marco quizá sea una excepción, imposible de imaginar, hasta ahora, fuera del crimen organizado.
La autora es editora de Opinión de La Nación.