De haberla leído con atención, habría entendido que ninguno de esos destacados firmantes, incluidos los costarricenses, nos ha “enyuntado” o “empacado” con Cuba, Nicaragua y Venezuela, como aseguró en el parque de Nicoya. Muy al contrario.
En Cuba y Nicaragua, la libertad de expresión sufre una “proscripción total”, dice el texto. En Venezuela, prevalece “la censura o autocensura de los contenidos” e impera “una hegemonía comunicacional de Estado”. Lo que el documento señala sobre nuestro país es “el agravio sistemático a medios de comunicación y a periodistas por parte del presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves Robles, tildándoles de ‘canallas’, manipulando el gasto publicitario, cerrando la fuente de ingresos al Grupo Nación y usando el poder tributario para atacar al dueño del medio digital CRHoy.com, en acciones que ha frenado la Sala Constitucional del Poder Judicial reafirmando la fortaleza institucional en ese país”.
Sí, apunta serias arbitrariedades. Sin embargo, a diferencia de Cuba, Nicaragua y Venezuela, añade que nuestra independencia de poderes y solidez institucional las han frenado hasta ahora.
Conclusión obvia: el documento, lejos de “escupir la bandera”, como dijo Chaves con temeridad, la exhibe con orgullo, al destacar nuestras credenciales democráticas. Las críticas van dirigidas solo a él; el elogio, al país y su Estado de derecho. Por esto, no hay razón para sentir “vergüenza ajena” por el texto al que se sumaron Óscar Arias, Rafael Ángel Calderón, Laura Chinchilla, José María Figueres, Miguel Ángel Rodríguez y Luis Guillermo Solís, y que apoyó Carlos Alvarado. La vergüenza, más bien, debería ser propia, personal y pública, porque los hechos señalados son de su cosecha.
Que no le guste, vale; pero, al menos, debería reaccionar con mesura. Don Rodrigo no es la bandera, un símbolo nacional, sino presidente en un contexto democrático. Sus actos tienen consecuencias. La crítica es una de ellas.
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