Cada Pascua, los cristianos recuerdan cómo en la Última Cena, en vísperas de la crucifixión de Jesús, la esperanza parecía perdida. La mayoría de los amigos más cercanos de Jesús estaban a punto de negarlo y abandonarlo. Todo lo que le esperaba era tortura y una muerte atroz. Pero, en ese momento de desesperación, Jesús se ofreció a sí mismo como un don para todos, dando pan a los discípulos y diciendo: “Este es mi cuerpo, entregado por ustedes”. Este acto de esperanza se prolongó hasta la mañana de Pascua, cuando la vida triunfó sobre la muerte, el amor sobre el odio y la entrega divina sobre la avaricia humana.
Mientras aún lloramos la muerte del papa Francisco, nuestra esperanza al finalizar la octava Pascua es que incluso los actos de bondad más pequeños puedan dar frutos inimaginables. Recordemos que, ante 5.000 personas hambrientas, los discípulos solo pudieron reunir cinco panes y un par de peces. Pero fue suficiente para alimentarlos a todos, con la bendición del Señor de la mies.
Nuestro mundo está asolado por la pobreza y la violencia –problemas que parecen imposibles de resolver– en un momento en que el orden global de posguerra corre peligro de derrumbarse. Las organizaciones benéficas cristianas –Catholic Relief Services, World Vision, Samaritan’s Purse y Jesuit Refugee Service, entre muchas otras– están desempeñando un papel admirable para ayudar a aliviar este sufrimiento. Cuando son tantas las personas que no tienen esperanza en el futuro, los esfuerzos de estas entidades de beneficencia en Estados Unidos y en el mundo son fundamentales para nuestra fe.
Ese papel será aún más importante en los próximos años, a medida que las economías principales recorten sus presupuestos de ayuda exterior, infligiendo un profundo daño a las personas vulnerables, cada una hecha a imagen de Dios.
La nueva iniciativa de seguimiento digital de la Universidad de Boston estima que el congelamiento prácticamente total de la financiación y programación de la ayuda exterior estadounidense desde enero ya ha provocado la muerte de más de 68.000 adultos y más de 142.000 niños.
El judaísmo y el islam también insisten en que las donaciones caritativas son esenciales para una vida de fe, y no un extra opcional. La palabra “caridad” viene del latín caritas, que significa “amor”. En ese sentido, las obras de caridad expresan lo que es fundamental para nuestra dignidad humana: la capacidad de dar libremente y de recibir regalos sin vergüenza.
Es cierto que algunas ayudas pueden ser condescendientes y humillantes, aprisionando a las personas en una cultura de dependencia. Pero la mayoría de estas organizaciones benéficas no funcionan así. Por el contrario, reconocen que los más vulnerables y frágiles entre nosotros dan testimonio de aspectos a menudo olvidados de la dignidad humana: resiliencia, solidaridad, dependencia mutua, confianza en Dios y en los demás, y gratitud. Jesús dice que quien tiende la mano a “uno de estos más pequeños” se la está tendiendo a él.
Dar la espalda a los más pobres es rechazar a Dios. Sobre todo, la ayuda sostiene la vida familiar, especialmente a las mujeres y los niños, a quienes debería resultar impensable abandonar.
Nikolai Berdyaev, el filósofo existencialista ruso, escribió: “El pan para mí es una cuestión material; el pan para mi prójimo es una cuestión espiritual”. Para los cristianos, el acto supremo de dar se manifiesta en el derramamiento de la sangre de Cristo en la cruz. Para todos nosotros, seamos religiosos o no, la caridad es sangre vivificante, que circula por el cuerpo de la sociedad, nutriendo la vida con su bondad.
Por todo ello, los informes recientes publicados por Reuters, Bloomberg, New York Times y Financial Times, según los cuales el gobierno estadounidense podría imponer nuevas restricciones a las donaciones caritativas, son profundamente preocupantes. La capacidad de las entidades benéficas, financiadoras y filantrópicas para operar y prestar ayuda sin trabas en Estados Unidos y en todo el mundo es vital no solo para quienes se benefician de la ayuda, sino también para quienes la dan. Una sociedad en la que se restringen deliberadamente las donaciones caritativas estaría condenada a la pobreza, tanto financiera como moral.
El papa Francisco dedicó su vida a servir a los pobres y a luchar contra la injusticia. Su último mensaje de Pascua Urbi et Orbi merece una reflexión: “Hago un llamamiento a todos los que ocupan puestos de responsabilidad política en nuestro mundo para que no cedan a la lógica del miedo, que solo conduce al aislamiento de los demás, sino que utilicen los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y fomentar iniciativas que promuevan el desarrollo”.
La esperanza, la fe y la caridad son las virtudes fundacionales del cristianismo. Aunque a muchos nos faltaba esperanza esta Pascua, nuestra fe se mantiene firme, al igual que nuestro compromiso común con la caridad.
Timothy Radcliffe, primer inglés elegido Maestro de la Orden Dominicana Mundial en sus 800 años de historia, fue declarado cardenal por el papa Francisco el 9 de diciembre de 2024. Copyright: Project Syndicate, 2025.
