No sé qué será peor: si enfrentarse a los zancudos, los barriales, el sol y la lluvia, o encarar la resistencia y la ignorancia de las personas que rechazan ser vacunadas.
Para salir de dudas, habría que pedir su opinión a los funcionarios que se encargan de administrar las dosis contra la covid-19 en los rincones más remotos de nuestra frontera norte.
Equipados con botas, capas, gorras, mascarillas y hieleras donde se preservan las vacunas, hombres y mujeres llevan a cabo una invaluable tarea en esos recónditos lugares.
En la espesura de la montaña, por trillos maltrechos o surcando caudalosos ríos en panga, los vacunadores todoterreno no se arrugan en el cumplimiento de su deber.
Saben que en los caseríos hay personas esperándolos, que han viajado a pie, a caballo o incluso a nado, con la esperanza de recibir la vacuna. Por eso, tienen que ir, cueste lo que cueste.
La dura faena pasa inadvertida ante la mayoría de los costarricenses, quienes tenemos la facilidad de ir a vacunarnos a hospitales, universidades y centros comerciales cerca de nuestras casas.
Una serie de reportajes elaborados por la periodista Irene Rodríguez, con el apoyo del fotógrafo John Durán, nos permiten echar un vistazo a la realidad en los territorios fronterizos.
Algunos de esos sitios registran los porcentajes de vacunación más bajos del país. Las dificultades de acceso son una de las principales causas del rezago.
Las áreas de salud que cubren esos sectores también enfrentan los temores, los prejuicios, las creencias religiosas y la desinformación de los pobladores.
Aun así, vacunadores como Mariana Row y Fanier Sandoval, de Puerto Viejo de Sarapiquí, siempre tratan de regresar con los frascos vacíos de sus jornadas de vacunación.
El pasado martes 15 de febrero, luego de terminar de vacunar en dos pueblitos, Row y Sandoval se dieron cuenta de que tenían dosis pediátricas sobrantes que debían aplicar para que no se perdieran.
Fueron entonces a recorrer casas, sodas y pulperías en busca de niños que todavía no hubieran sido inoculados. Al final, los frascos abiertos y otros más quedaron vacíos.
Gracias a la vocación de esos funcionarios, el pequeño Álvaro Gómez recibió ese día su primera dosis contra la covid-19, al igual que otros vecinitos de Tambor de Cureña, en el cantón de Sarapiquí. Un gran ejemplo, sin duda.