La quinta generación de telefonía celular, conocida como 5G, es mucho más poderosa y compleja que las anteriores y, por consiguiente, la transición se complica.
Llamar 5G a la tecnología celular es engañoso, pues en realidad estamos hablando de Internet móvil o lo que los operadores denominan «datos». Cada día es menos frecuente la transmisión de voz a través de las redes digitales, la voz que pasa por las aplicaciones son datos, paquetes de datos que viajan en total desorden y se arman al otro lado para dar la ilusión de que son palabras enviadas como en el tiempo de antes.
Las dos tecnologías anteriores, 3G y 4G, nos brindaban básicamente mayor velocidad de Internet (de 2 o 3 Mbps pasamos a 20 o 25 Mbps), pero desde el punto de vista del usuario final funciona igual, solo que más rápido (gracias al mayor ancho de banda).
La tecnología 5G, además del aumento en la velocidad, desde varios cientos de Mbps hasta 10 Gbps, también tiene más capacidad, hasta 1 millón de conexiones por kilómetro cuadrado, y menor latencia (tiempo que se pierde estableciendo la comunicación, que típicamente en la 4G anda entre los 50 y 100 milisegundos). Se habla de 1 milisegundo, aunque en la práctica ronda los 8 o 10 milisegundos.
Obviamente para poner en funcionamiento la nueva tecnología de redes inalámbricas se necesita espectro radioeléctrico, y con él toda una serie de discusiones bizantinas y teorías conspirativas (como que la covid-9 es efecto de estas). Se dice que hay 5G de banda baja, media y alta.
La banda baja es muy similar a la 4G, pero con mayores velocidades y capacidad. Esto sirve, por ejemplo, para cubrir estadios y actividades masivas, sin la degradación del servicio que padecemos actualmente.
La banda media ofrece mejores características y la banda alta, las mejores, pero al subir la frecuencia (ondas milimétricas en vez de microondas) baja la distancia de la señal, obligando así a instalar más antenas de menor tamaño (se me ocurre, por ejemplo, antenas en cada poste).
El consorcio 3GPP (3rd Generation Partnership Project) es el que define los estándares de «software» para redes 5G y la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), los estándares mínimos para que una red sea considerada 5G.
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Un nuevo consorcio conocido como O-RAN (Open Radio Access Network) busca definir estándares de «hardware» que hagan un asunto del pasado la dependencia que tradicionalmente han tenido los operadores de redes de los proveedores de equipos, a fin de armar una red con equipos de múltiples proveedores y, cuando se decide ampliar la red, deben competir entre ellos.
En ocasiones he dicho que la 5G es una solución que anda buscando un problema, y lo sostengo, por cuanto considero que la aplicación estrella («killer app») de la 5G no ha sido identificada todavía, pero eso no quiere decir que no se hayan identificado aplicaciones útiles, o casos de uso.
Estas redes empezaron a instalarse en el 2019, y es probable que a la fecha el uso más frecuente se dé como reemplazo de conexiones de cable. Instalando una cajita pequeña en apartamentos en edificios densamente ocupados es posible proveer de un día para otro conexiones de 500 Mbps simétricos (por $34 mensuales).
A mi parecer, hacerlo rápido y barato es más impresionante que la velocidad instalada. Nótese que esta aplicación de la tecnología es eficiente, pero la calidad de la conexión de fibra óptica siempre es mejor que cualquier conexión inalámbrica, porque no hay interfaz aérea.
En Costa Rica, muchos condominios tienen el mismo problema: todos deben utilizar el mismo proveedor de Internet y televisión porque solo hay espacio para una entrada de fibra y no permiten cables aéreos. Con la 5G el problema desaparecería.
Aplicaciones para la realidad virtual y la realidad aumentada son incipientes, pero las redes 5G las harán factibles, sobre todo las que requieren movilidad.
Estos programas informáticos necesitan anchos de banda muy amplios y latencias muy bajas. En ese espacio la imaginación es el límite, desde los metaversos hasta los talleres virtuales sobre cualquier cosa (cirugía, carpintería, acuarelas, etc.). Estoy seguro de que el empleo de estas tecnologías en la educación y la salud va a generar mucha riqueza. La industria del «software» local debería estar trabajando en aplicaciones de este tipo.
Sin duda habrá aplicaciones para robótica, control industrial, logística, etc. Los vehículos autónomos, con seguridad, tendrán «apps» de 5G y las ciudades inteligentes, también.
Acabo de ver un análisis donde se concluye que el mayor impacto ocurrirá en el sector público, lo cual me parece sumamente interesante, pero a la vez preocupante.
En Costa Rica ya vamos perdiendo; ni siquiera se han asignado las frecuencias. En un estudio académico de la estrategia sobre la 5G en Holanda, concluyen que, para que la extensión de esta tecnología sea exitosa, el costo de cada bit para el usuario final debe estar por debajo del costo actual (porque consumiremos muchísimos bits), lo cual rebaja el valor presente de las frecuencias.
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Personalmente, considero que el modelo actual de cobro por descarga es una manera muy segura de matar la nueva tecnología antes de que nazca. Pero acepto que no es lo mismo verla venir que bailar con ella: puede que al bailar con la nueva tecnología quedemos tan cautivados que estemos dispuestos a asignar un presupuesto más generoso por el servicio.
Está claro que en lo referente a la materia Costa Rica está en pañales; debemos discutir y plantearnos posibles rutas, pero movernos rápido: parálisis por análisis es la peor alternativa.
Es urgente hacer pruebas. No sé si será posible asignar frecuencias solo para mojarnos los pies, para hacer pruebas para aprender haciendo. Esperar que otros inventen la rueda y nos la traigan ya hecha es la manera segura de que nos deje el tren.
Tengo entendido que el Estado posee suficientes frecuencias para comenzar el proceso. No quiero decir que las frecuencias en manos del operador estatal debe ignorarse. No; eso debe resolverse. Sin embargo, no es motivo para paralizar todo mientras se resuelve.
El autor es ingeniero.