¿Acaso el tiempo cura las heridas? ¿Es que el pasar de las horas resuelve nuestros problemas? Me hago estas preguntas no en un plano personal, sino social, aunque, claro está, a estas alturas de la vida, a Varguitas también le comprenden las generales de la ley. Pero no voy por ahí.
Pienso en mi país, en esa sociedad de la que soy parte, a veces de manera muy incómoda, y en nuestra arraigada creencia colectiva de que en el «camino se arreglan las cargas», en el «no haga olas, mae» o el «llévela del cuello» (y es que para jalar algo desde el cuello, definitivamente, hay que ser un artista del inmovilismo).
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Preferimos actuar cuando no queda otro remedio. Así, surge la acción veloz del último momento para, con el mínimo esfuerzo, salvar el día luego de eternidades en rigurosa procrastinación (case in point: el aplazamiento por décadas de una reforma fiscal). Si hasta armamos el campeonato de fútbol así, para premiar el atropello del más vivo al final. En fin, que en este terruño resulta más fácil bañar un gato que la acción disciplinada y constante.
Tampoco me voy en la línea del ¡qué caray!, depongamos nuestros intereses particulares y abracemos el bien común antes de que sea tarde. Ya sabemos que el bien común no anda caminando por ahí, pues cada grupo tiene maneras distintas de entenderlo. Pedir a alguien que se despoje de los intereses particulares es como pedirle que se quite el nombre. Sin embargo, ¿quién dice que, en una sociedad democrática, las diferencias de opinión deben generar parálisis como tantas veces ocurre aquí?
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Y, sin embargo, este largo preámbulo no es más que una manera retorcida, cartaga, de efectuar un reconocimiento a la antítesis de todo lo dicho: luego de más de siete años de intenso y paciente trabajo para cumplir los requisitos de admisión, nuestro país fue capaz de ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)
Este ingreso implicó cambios de leyes y nos obliga a mejorar nuestra gestión pública. Entramos a jugar en otra liga y, si aprovechamos las oportunidades, obtendremos ayudas y parámetros de evaluación para elevar nuestro desempeño. Ojalá no nos contentemos con pavonearnos por ahí («fíjense, ejem... que somos chicos O-C-D-E») y luego nada de nada. Esa, sin embargo, es la preocupación de mañana. Hoy toca reconocer que se hizo la tarea.
El autor es sociólogo.