El gobierno de Carlos Alvarado no va a ser solo el del bicentenario de la independencia en el 2021, sino también el de un centenario crucial el próximo año: el nacimiento de la máxima figura poética nacional del siglo XX, Eunice Odio.
En la cintura del siglo. Ubicada literariamente en el medio siglo (sus tres títulos son de 1948, 1953 y 1957), antes de ella hubo, por supuesto, poetas muy buenos en Costa Rica, como Lisímaco Chavarría y Roberto Brenes Mesén, pero su obra se mantuvo dentro de las expectativas literarias de la época. Después, en la segunda mitad del siglo XX, también hubo otros poetas “fuertes”, como Jorge Debravo (sin mencionar a los que siguen vivos), quien, aunque consiguió un arraigo popular como ninguno antes (tal vez con excepción de Aquileo J. Echeverría), su poesía no supone una novedad cualitativa internacional, como se aprecia al compararla con la de otros autores de su época, como los españoles Rafael Alberti y Miguel Hernández o, sin ir tan lejos, del salvadoreño Roque Dalton.
Esto para nada afecta la alta calidad del trabajo de Chavarría, Brenes Mesén y Debravo, así como el gusto y el aprecio que, como lectores, tenemos de su obra. En el caso de Odio, comienza escribiendo según lo que brinda la novedad literaria de su época (vanguardia, surrealismo y demás), pero pronto todo ello desemboca en un libro, El tránsito de fuego, fuera de serie por sus contenidos, su estructura, su lenguaje y su extensión, excepcional en su momento y aún en la actualidad, que de inmediato la ubicó en un lugar aparte entre sus colegas.
Tránsito en la noche. Que por azares biográficos y editoriales el libro se haya quedado encapsulado en la producción poética hispanoamericana del siglo pasado, no evita que hoy, retrospectivamente, nos demos cuenta de su riqueza e impulsemos su recuperación y difusión, algo que no es fácil, dada su extensión y el hecho de que su lectura supone ciertas competencias especiales de parte del lector, que no abundan ni siquiera entre los “devotos” eunicianos.
El caso es que la gran obra de Eunice sigue estando en una zona en territorio de la noche, sin que muchos se den cuenta de que El tránsito de fuego es el equivalente en nuestra literatura, más allá de sus contenidos y referencias, a La divina comedia de Dante en la literatura italiana, o El paraíso perdido, de Milton, en la inglesa, o el Primero sueño de Sor Juana en la mexicana. Así de brillante es el poemón ígneo de Eunice.
Bailando al compás de la carioca. Volviendo a las efemérides, entiendo que el gobierno esté muy atareado resolviendo los innumerables problemas económicos, sociales y políticos del país, pero una buena administración no se puede quedar solo con esta acción a corto y mediano plazo, por más necesaria que sea, sino que debe pensar también en la continuidad cultural y espiritual de la nación, y es aquí donde entra la celebración del centenario de una figura como la de Odio, lo que, de paso, le permite lucirse al propio gobierno mostrando sensibilidad a una autora clave y difícil del edificio literario local.
Alguien que, dicho sea de paso, quién sabe hasta dónde estaría de acuerdo con que la celebraran oficialmente, dada su radicalidad insumisa, tanto de discurso como de actitud: mientras vivió en Costa Rica, mucha gente la discriminó por ser hija fuera del matrimonio, por los colores atrevidos de su ropa, de su maquillaje (el tamaño de sus pestañas), sus collares, su vocabulario duro, su calderocomunismo, todo lo cual hacía que los niños del paseo de los Estudiantes, según me contara el escritor Carlos Rubio, le gritaran: “Bailando al compás de la carioca, Eunice Odio se volvió loca”.
Años después, en México, ataques parecidos: por su libertad sexual, por su afición alcohólica, por su dureza de trato o por su antiizquierdismo; ni feminista ni nacionalista, su única devoción fue hacia la poesía. De aquí, de su condición de paria, surgió, paradójicamente, su grandeza y trascendencia final.
Campanadas editoriales. He hablado de gobierno, pero estoy pensando en todo el entramado cultural y educativo, no solo en el Ministerio de Cultura, empezando por las universidades públicas, que ya deberían tener un plan al respecto para celebrar a la poeta y su trabajo.
En este sentido, quiero mencionar positivamente el caso de la Universidad de Costa Rica, que el año pasado reeditó las Obras completas de Odio, a cargo de Peggy Von Mayer, más un nuevo y cuarto tomo que recoge la correspondencia de la poeta con su segundo marido, el pintor Rodolfo Zanabria (así, con zeta), que también se publicó en volumen aparte con el título de Cartas de Eunice Odio a Rodolfo, al cuidado de Jorge Chen. Que haya una reedición de Obras completas ya es algo asombroso, y que estas crezcan, todavía más. Esto habla de un silencioso y creciente sector de lectores fieles a su poeta, dentro y fuera del país.
Otro libro importante de análisis crítico es El elemento corporal en Los elementos terrestres de Eunice Odio, de Miguel Fajardo y Aracelly Blanco, recién aparecido este año, cuyo objetivo general, según se declara, es “analizar los procedimientos estilísticos mediante los cuales las formas dialógicas, eróticas y sexuales establecen una relación de semiosis que une los planos humano y espiritual en Los elementos terrestres”. Como puede apreciarse, su tono y procedimientos son académicos.
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En otros lugares. Fuera de Costa Rica también se preparan para el centenario. En España, la editorial Torremozas acaba de publicar Los elementos terrestres y, en la Universidad de Barcelona, Tania Pleitez lidera un proyecto de investigación y actividades al respecto. En Estados Unidos, la Academia Norteamericana de la Lengua Española está elaborando un libro de ensayos sobre Eunice y su obra, aparte de las traducciones parciales y recientes que se han hecho de Tránsito de fuego al inglés.
En fin, sabemos que el centenario euniciaco no va a ser dionisiaco, la poesía no da para bacanales multitudinarias, pero, siquiera por esta vez, dejemos de lado el olvido, la pereza, el medio hacer, el hacer que se hace, la indiferencia hacia el talento y la cultura, que son los que, a la larga, van conformando el perfil espiritual de una nación. Eunice Odio lo vale y la poesía de Costa Rica también.
El autor es escritor.