La campaña para la segunda llegada de Trump a la Casa Blanca tuvo una deliberada connotación escatológica, es decir, apocalíptica, recurso de comunicación política que no es nuevo en la historia moderna.
Cuando ocurren procesos de cambio acelerado de las relaciones sociales, como el actual, un sentimiento de fin del mundo aflora entre quienes quedan atrás, y la época produce a sus profetas y redentores.
La catástrofe no solo es postulada por ciertos credos, sino también anunciada por disciplinas académicas. Por ejemplo, en la filosofía, destaca en Nietzsche, Sartre o Baudrillard; y en las ciencias sociales, en autores como Beck, Marx o Jameson, por mencionar algunos.
Sin embargo, precisamente porque reflejan, de algún modo, las vivencias y los sentimientos de la sociedad en tiempos difíciles, es necesario escuchar, intentar comprender y valorar lo que estos reclamos tratan de comunicar, por absurdos que parezcan.
Tiempo de vivezas
Hoy, la transición nos desborda en múltiples dimensiones: de la sociedad nacional cerrada a la democracia liberal cosmopolita; de una identidad cultural unificada al pluralismo multiétnico y multicultural; del proteccionismo a la globalización; del fin del industrialismo y las energías fósiles a la cuarta revolución técnica y científica; de la idea de recursos ilimitados al desafiante cambio climático; y del bum poblacional bajo el apogeo del estado de bienestar a la caída de la fecundidad y el envejecimiento de la población.
Se trata de cambios que, agudizados por el encierro de la pandemia, atropellan las aspiraciones y superan la capacidad de asimilación de amplios sectores. Por eso, los discursos de aniquilación del “enemigo”, de expulsión del mal, de “limpieza social” y de restauración del paraíso perdido tienen mayor receptividad, al prometer devolver las cosas a “su lugar”.
Hasta hace poco, prevalecían las promesas de modernización, desarrollo y progreso, plasmadas en la Constitución. No obstante, transcurridas dos generaciones y media sin que la solución de los problemas avanzara a la velocidad requerida, quienes se han organizado más eficazmente para competir por el poder no son los políticos, ni los científicos, ni otros profesionales atenidos a la ética y el respeto de las reglas de la convivencia democrática.
Tampoco es que vengan tomando el relevo los terraplanistas, los fans de los “antiguos astronautas” o los antivacunas (aunque casi casi), pero sí aquellos que, oportunistamente, declarándose outsiders o marginales del juego político, son tan astutos, sociópatas o vivillos, diríamos aquí, como para aglutinar los descontentos más diversos, aunque eso pase por mentir con descaro o por sembrar dudas y noticias falsas para socavar la autoridad de la ciencia o la credibilidad que todavía tienen algunos políticos, partidos e instituciones.
Allí está el maestro mayor, Putin, con las campañas subliminales de su RT y su división de hackers y troles. Pero también Jamenei, en Irán; Orbán, en Hungría; Maduro, en Venezuela; Bukele, en El Salvador; Milei, en Argentina; otra vez Trump, en los Estados Unidos; y Chaves y Cisneros, aquí.
Hoy, el conflicto no se centra en dos promesas de redención antagónicas para alcanzar sociedades más justas, como ocurrió durante la Guerra Fría entre capitalismo y socialismo, sino entre la democracia liberal y las sociedades cerradas, dirigidas por autócratas religiosos o laicos, quienes prometen recuperar el poder del antiguo paterfamilias sobre su finca doméstica, es decir, a costa de los derechos de las mujeres y de otras garantías individuales y sociales.
Trump es el tipo al que se grabó diciendo que “agarra a las mujeres por el coño”, el condenado por mentir y pagar un soborno a cambio del silencio de una actriz porno, el perseguido por una fila de denuncias de abusos sexuales, el evasor de impuestos consumado y el promotor de un fracasado asalto al Parlamento.
Es también el que quiere ser “dictador por un día” y, ahora que ganó y controlará ambas cámaras del Congreso, comenzó a actuar como deseaba.
¿Outsider? ¡Pero si es un multimillonario gracias al statu quo y estrella del mainstream televisivo!
Bukele es el tipo que, en cuanto controló el Congreso, fungió como déspota para colocar a su gente en los otros poderes, destruir el balance y la transparencia, y permitir así una reelección que lo erigió en el tirano disfrazado de demócrata que es.
¿Outsider? ¡Pero si hizo política con el FMLN, partido al que hoy deplora y gracias al cual fue alcalde de San Salvador! Bukele procede de una familia millonaria y, en los pocos años de su autocracia, junto con sus hermanos, supuestamente se ha adueñado de tierras y propiedades por cientos de millones de dólares, según una reciente investigación publicada por El Faro. Y poco a poco el pueblo salvadoreño comienza a comprender el enorme costo que ha pagado al canjear una seguridad relativa por derechos y controles indispensables.
Criollada
Veamos ahora a los presuntos outsiders criollos. Chaves estudió en la UCR —a la que hoy detesta— y, con ayuda de un cuñado que formó parte de la “casta” de economistas ticos, se graduó en Economía Agrícola en una universidad de EE. UU.
Vivió casi toda su vida del presupuesto seguro de la cooperación internacional —dinero que aportamos la ciudadanía al Banco Mundial—, pero se vio obligado a renunciar por acusaciones de acoso sexual.
En su huida hacia delante, regresó al país para ser ministro de Hacienda de Carlos Alvarado —cosa que el expresidente ha de lamentar por siempre— y, para “agradecer la confianza” al mandatario, contradijo sus decisiones en público en vez de presentar la renuncia si estaba en desacuerdo.
Fue aupado como candidato presidencial por un grupo de empresarios adinerados que, bajo este gobierno, se ven favorecidos con exenciones de impuestos aduaneros —como en el caso del arroz— y un dólar abaratado para los importadores.
Como Bukele, las oportunidades de Chaves y su círculo de políticos y empresarios también fueron posibles gracias a los vínculos familiares con los partidos tradicionales, de los que hoy dicen ser outsiders. Después de todo, se trata de fincas pequeñas, como El Salvador y Costa Rica, en las que todo el mundo está emparentado, dirán, ahora sí, los vivillos.
Cisneros, por su parte, aprovechó las oportunidades que le brindaron instituciones “de la casta” y medios “canallas”, como la Universidad de Costa Rica, el Semanario Universidad, el diario La Nación, CRhoy y Telenoticias, de Canal 7, donde su aparición diaria como rostro del noticiario junto a Ignacio Santos la convirtió en un personaje.
Durante todos los años que laboró en esos medios como periodista, celebró el valor de las instituciones públicas y, además, contribuyó a su mejoramiento con la crítica de sus errores, como corresponde al periodismo profesional e independiente. No hay manera de que hoy pretenda hacerse pasar por outsider de la política tradicional.
Es tiempo de ríos revueltos y ganancias de pescadores, y eso da una ventaja natural a las vivezas criollas. Pero justamente para que la sociedad no quedara sometida a la voluntad de unos pocos es que se pactó la Constitución y se establecieron normas, instituciones y procedimientos para modernizar democráticamente las reglas del juego.
No dejemos que la viveza criolla tome la iniciativa y se salga con la suya.
María Flórez-Estrada Pimentel es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora. Twitter @MafloEs.