OXFORD – Las “noticias falsas” se han convertido en el centro del debate sobre el futuro del periodismo; compiten por la atención del público tramas en las que participan un vociferante presidente estadounidense, bots de comunicación rusos y multitud de traiciones y subterfugios. Sin embargo, en tiempos de ingresos menguantes y audiencias cada vez menores, ¿son las noticias falsas realmente la mayor amenaza que enfrentan los medios tradicionales?
En un entorno informativo cada vez más propenso a la hiperventilación, puede resultar difícil separar la realidad del contenido inventado o deliberadamente sesgado que se divulga a través de las redes sociales. La proliferación de bots (programas informáticos que propagan automáticamente la desinformación) ha desdibujado aún más estos límites. Y, a medida que los métodos de manipulación se multiplican, solo cabe esperar que el problema empeore.
Sin embargo, el casi constante foco de atención en las noticias falsas ha distraído a muchos en este sector de los desafíos más serios que enfrenta el periodismo profesional. La erosión de los modelos de negocio y la creciente dependencia de terceros distribuidores digitales, como Facebook y Google, han maniatado a los medios de comunicación y reducido seriamente sus ganancias. Y lo que es peor, las audiencias ya no confían en la información que se les ofrece. Todo esto indica que el problema va más allá de las noticias falsas.
De hecho, las entidades mediáticas grandes, tradicionales o influyentes siguen superando a las redes sociales como fuentes confiables. Tal como lo revelara el Informe sobre Noticias Digitales del 2017 del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo, el 40 % de los consumidores de noticias señala que las entidades mediáticas consolidadas (por ejemplo, The New York Times) diferencian con precisión la realidad de la ficción. El porcentaje cae a solo el 24 % en el caso de las redes sociales.
Sin embargo, ello también implica que el 60 % de los consumidores de noticias consideran que los medios tradicionales no son prolijos con la realidad. Por sí sola, semejante cifra debería causar gran preocupación a todos quienes forman parte de este sector.
Según el informe, que encuestó a unos 70.000 usuarios de Internet en 36 países, el 29 % de los entrevistados dijo evitar por completo las noticias. Para muchos, esto se debe ya sea a que la preferencia de los productores por historias negativas los pone de mal humor, o bien a que consideran que la información es políticamente sesgada, y por consiguiente poco fiable.
Sin confianza, no hay audiencia y sin audiencia, no hay negocio. Si los resultados del estudio son representativos de tendencias más generales, corre peligro uno de los más importantes pilares de la democracia: una prensa libre y abierta.
Tal vez no debería ser una sorpresa. En la era digital, la mayoría de las principales instituciones han sufrido una pérdida de confianza, desde partidos políticos y grandes compañías hasta organizaciones religiosas y universidades, en lo que podría ser evidencia de una ciudadanía más informada y crítica o, más probablemente, una respuesta abrumada ante la variedad e impotencia en un mundo complejo.
No obstante, lo que ha cambiado para los medios de comunicación es que, debido a las redes sociales, ya no gozan del monopolio de hacer rendir cuentas a los poderosos. Por el contrario, se los ha llegado a identificar con ellos, como parte de una élite mediática-empresarial-política alejada de las preocupaciones de la gente común.
El periodismo, que ha pasado a ser uno de los blancos de la ira popular, tendrá que “desarmarse” a sí mismo para recuperar la credibilidad y la confianza del público.
Para lograrlo, las entidades mediáticas deberían tomar al menos seis medidas. Primeramente, los medios noticiosos deben establecer sus propias agendas en lugar de desperdiciar recursos siguiendo las de otros. Las investigaciones internacionales que condujeron a los papeles de Panamá y los papeles del Paraíso son brillantes ejemplos de un periodismo relevante e interesante, dos criterios fundamentales que toda pieza noticiosa debería cumplir.
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En segundo término, ante sus audiencias los periodistas tienen la responsabilidad de analizar qué están haciendo los actores poderosos, en lugar de lo que dicen. Como observara recientemente la columnista de medios del Washington Post Margaret Sullivan, la cobertura del presidente estadounidense Donald Trump se ha centrado estrictamente en sus palabras, a expensas de su política.
En tercer lugar, los medios deben ser mejores oyentes. La distinción que hacen los periodistas entre “informar” e “informar en terreno” demuestra que una parte considerable del personal de redacción nunca abandona sus escritorios. Los periodistas no necesariamente hacen esto por elección; muchos están pegados a sus pantallas porque sus empresas carecen de recursos o los obligan a seguir e informar en base a entradas de Twitter. En cierto modo, el proceder de los reporteros sencillamente es el síntoma de una patología editorial.
Cuarto, los medios de comunicación deben involucrar a las audiencias: hablar con ellas sin ideas preconcebidas. Con mucha frecuencia el ciclo informativo se basa en suposiciones sobre lo que pueda gustar a los espectadores o lectores, en lugar de lo que realmente quieren. La diversidad en una sala de prensa resulta vital para ampliar la relevancia de su cobertura.
En quinto lugar, algunas empresas de comunicación se olvidan de su misión debido a la premura por experimentar con nuevas formas de narración. Los canales de noticias deberían renunciar a proyectos costosos y llamativos si resultan poco útiles para que la audiencia entienda mejor una historia.
Para terminar, la reconstrucción de la confianza requerirá de una nueva definición de qué es una noticia. Cuando las audiencias se sienten abrumadas por la información y su complejidad, la respuesta puede ser dejar de prestar atención. Los medios deben darles un motivo para volver a sintonizar. (Un ejemplo: las noticias positivas están tremendamente infravaloradas en el entorno mediático actual).
Si los medios informativos tradicionales se dejan definir por el debate de las noticias falsas, también llegarán a estar abrumados. En tanto y cuanto las empresas de redes sociales apunten a mejorar sus ingresos por publicidad, sus algoritmos tenderán a recompensar los extremos, y los medios de comunicación perderán valiosos recursos luchando contra la desinformación.
Un mejor planteamiento sería hacer las noticias menos aburridas. Las empresas de comunicación prestigiosas siempre han procurado sacar partido de los hechos: la primicia, la entrevista exclusiva, la investigación profunda. La verdad, al igual que la confianza, es una materia prima. El futuro del sector noticioso depende de mejorar su elaboración.
Alexandra Borchardt es directora de Desarrollo Estratégico del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo. © Project Syndicate 1995–2018