En mala hora se nos vinieron encima estas elecciones de segunda vuelta, sorprendentes por los contrincantes, por lo minoritario de las mayorías que los apoyaron, por las dudas en cuanto a sus capacidades para gobernar y, en algún caso, por los compromisos con proyectos ajenos a la política. De todas maneras, el resultado electoral revela la existencia de rupturas y falencias en lo profundo de la realidad nacional, cuyo examen queda pendiente, por ahora.
El PRN llegó para quedarse. Según dicen algunas encuestas, el Partido Restauración Nacional (PRN) parece tener buenas opciones de ganar la contienda. Más que como un partido, surgió como una fuerza política cuyo núcleo central se alimenta de la fe, es decir, de creencias religiosas. Esto ha propiciado dos tesis, en mi opinión, equivocadas. La primera es que se trata de un fenómeno pasajero y la segunda, que su vacío ideológico y de cuadros políticos lo van a poder llenar otros… “los buenos”.
Hay un hecho crucial: esa fuerza religiosa optó por convertirse en un movimiento político y será permanente. Sobre la red de sus numerosos templos se ha montado la más poderosa organización política del país. Como los grandes partidos, pertenece a una “internacional” que la anima y cuenta con recursos económicos abundantes. Si ganara, al tener las instituciones sociales del Estado a su disposición, su fuerza se multiplicará. Reconozcámoslo: el PRN llegó para quedarse.
La mayoría de los evangélicos del país ha seguido una vía errónea al desviarse de su misión y confundirse con la política para tomar el poder. Su gran fortaleza era su debilidad y, ahora, su nueva fortaleza será su gran debilidad. A la Iglesia católica sus ligámenes con el poder le causaron un gran daño y le ha tomado siglos redimensionar su papel en la sociedad. Los sectores cristianos, políticamente ascendentes, no aprendieron de la historia.
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Viaje sin retorno. Muchos liberacionistas se disponen a darle su apoyo al nuevo partido, en abril. Entre ellos hay dirigentes locales, exfuncionarios y militantes. Algunos buscan desquitarse, así, del odio que le profesa el Partido Acción Ciudadana (PAC) a Liberación Nacional (PLN) y de sus acusaciones falsas y denigrantes. Los hay, tal vez, que aspiran a un cargo y, ante el vacío de expertos en ese partido, ven una oportunidad. Otros no quieren darle apoyo a una administración que exhibió ineptitud, corrupción e incapacidad de cumplir sus promesas. Muchos lo hacen por razones religiosas. Algunos porque creen que así le ayudan al país e incluso se muestran dispuestos a sacrificar sus intereses personales en aras del bien público. La apuesta, en este caso, es qué ocurriría cuando el gobierno esté en marcha.
Vivimos tiempos de debilitamiento de las adscripciones partidarias. El PLN debe tener claro que muchos de los emigrantes que van a nutrir con sus votos el apoyo electoral fabricista se quedarán para siempre ahí. Al contrario de lo que dice una vieja canción de despedida, esto no será un hasta luego, sino un adiós. Los dirigentes y militantes de Liberación que apoyan al PRN deben medir el riesgo de ver más menguada aún la agrupación liberacionista.
Algunas personas, incluso entre las más reflexivas –este es el segundo error–, creen que se le puede hacer una especie de baipás a la política que permitiría solucionar los problemas del desarrollo desde la economía. Se alienta la ilusión de que Fabricio Alvarado permitirá llevar a cabo el experimento. Un equipo de tecnócratas, supuestamente aséptico en política, gobernaría. En estas cosas no hay neutralidad posible y el presunto gobierno del PRN podría estar dominado por posiciones excesivamente conservadoras.
Balance. El Estado es mediador entre los actores sociales y esa mediación debe buscar puntos de equilibrio constante. Ciertamente, sin una economía vigorosa no se puede avanzar mucho. Ojalá el próximo gobierno cree condiciones favorables para que esto ocurra. Sin embargo, es necesario comprender que la economía, el éxito de las empresas y los resultados del comercio internacional, constituyen un medio necesario, pero no suficiente, para lograr el desarrollo. El equilibrio social que brindan políticas públicas sanas debe compensar los excesos del capitalismo intransigente.
Con igual fuerza, debemos sostener que la política tampoco ha de subordinarse a los intereses sindicales, aunque los atienda dentro del marco global que obliga a proteger el bienestar de la sociedad, como un todo. No es admisible sustituir la política por una utopía, ni dañar la vida económica en nombre de quimeras, remembranza tardía de otros siglos. Y este es el peligro que corremos con la otra alternativa, el PAC, cuyo gobierno ha sido el único en el mundo, que ha alentado y apoyado una huelga en contra de sí mismo. El continuismo acecha de ese lado. La posibilidad de que su candidato adoptara posiciones menos dogmáticas abrió expectativas que se debilitaron. No mostró ni siquiera un pequeño giro al centro.
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Oportunidad perdida. Si Carlos Alvarado gana, el modelo energético seguirá igual, no habrá Alianza del Pacífico, la modernización del país seguirá un camino vacilante, la concesión de obra pública tendría poco futuro y esto comprometería el desarrollo de la infraestructura, con graves perjuicios para la economía y el empleo. El candidato del PAC, a pesar de su mejor formación, no se muestra como un estadista, no da pasos hacia la modernización de Costa Rica. Por él, todo seguiría igual. Y esto no puede ni debe ser.
Hay problemas enormes que nos pueden estallar en la cara, pues se acabó el tiempo para maquillajes. No propicia una reforma equilibrada del empleo, no ofrece una salida para el déficit fiscal, ni qué hablar de una transformación profunda del sector público. En fin… las razones para votar por él solo se alimentan de las razones para no votar por Fabricio Alvarado.
Con unas cuantas ideas que refrescaran al PAC, sin apartarse de la solidaridad, el país habría ganado. Su candidato pudo haberle hecho una señal de cordialidad al liberacionismo. ¿Por qué no reconocer errores pasados de su partido y abrir una nueva etapa, libre de prejuicios? Esta posición, poco flexible, induce a pensar que Carlos Alvarado optó por no crecer, por ceder la Presidencia con tal de conservar intacta su base electoral, absteniéndose de causarle el menor disgusto. No se atrevió a mover a su gente en dirección a la modernidad y, más bien, decidió parapetarse en ideas gastadas.
Estamos de cara a dos formas de dogmatismo. Una homofóbica, intolerante, con grave riesgo de confinarse en el lado derecho de las opciones políticas; la otra, ideológicamente fosilizada y empeñada en ocupar el lado izquierdo del espectro político, junto al Frente Amplio, dándole la espalda a lo mejor del futuro. Algunas personas, amablemente, me preguntan qué hacer ante esta situación. No doy respuesta. Nadie puede asumir las decisiones de otro cuando son de consciencia. Aunque ya me decidí, opté por no influir en los demás.
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Espacio vacío. En buena parte, esta elección ya forma parte del pasado. El juego quedó mal definido en febrero y, según parece, nos dejó entre dos callejones sin salida.
Cada uno deberá reflexionar sobre cómo hemos llegado a esta situación y preguntarse por nuestro futuro político. ¿Estamos frente a una tragedia sin remedio para Costa Rica? Pienso que nos queda una esperanza, no para esta elección, sino para el futuro: está libre el centro, un centro izquierda, moderno y libre de ataduras, consagrado a lograr el bienestar del mayor número. ¿Tendrá Liberación Nacional el coraje de ocupar el sitio que le corresponde? ¿Encontrará a un líder como el que se necesita?
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El autor fue ministro de Educación y diputado.