Opinión

Consecuencias de la guerra de Iraq

Ante la ausencia de armas amenazantes Bush y Blair deberían renunciar

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Las principales consecuencias de la guerra de Iraq no se verán en el campo de batalla. Vendrán después, y dependerán de si George Bush y Tony Blair pueden justificar su embestida sobre una población en su mayoría indefensa. Lanzaron esta guerra por ciertas razones manifiestas, las cuales han sido debatidas acaloradamente en todo el mundo. Si resultan justificadas, se puede concebir que la guerra permitirá lograr un mundo más seguro. Si sus argumentos siguen sin ser probados o son rechazados, la guerra generará inestabilidad. En ese caso, un paso de gran importancia para sanar al mundo sería el que salieran rápidamente de sus cargos.

Necesaria justificación. La guerra no fue ni pudo ser justificada ante el planeta con base en el hecho de que Sadam es un tirano. Si es que existe, la justificación radica en el peligro que su régimen representaba. Bush y Blair pusieron cuatro argumentos sobre la mesa:

Iraq posee armas de destrucción masiva;

estas armas significan una amenaza grave e inmediata;

las inspecciones de la ONU no estaban eliminando esa amenaza;

la amenaza se podía eliminar de mejor manera mediante la guerra.

El primer argumento será el más fácil de verificar. Bush y Blair se refirieron repetidas veces a las reservas de armas de destrucción masiva, las numerosas unidades móviles y subterráneas para producir o lanzar dichas armas, y programas activos para obtener armas nucleares. Es imperativo que Bush y Blair prueben sus acusaciones y que lo hagan a la luz de la sospecha mundial de que las agencias de seguridad de Estados Unidos y el Reino Unido pueden estar planeando mostrar evidencias falsas.

Por esta razón, toda evidencia que se descubra debe ser evaluada por expertos independientes de la ONU. Si no se encuentran evidencias de armas de destrucción masiva a una escala que sea amenazante, tanto Bush como Blair merecerían terminar sus carreras políticas, independientemente de las demás cosas que puedan ocurrir en Iraq.

Es un poco más complicado probar la segunda afirmación. Bush y Blair deben demostrar que, cualesquiera sean las armas de destrucción masiva que descubran, ellas representaban una amenaza grave y urgente. Sabemos que en un momento dado Iraq poseía armas químicas y biológicas, ya que EE. UU. fue quien se las vendió. La prueba no es si quedan restos de estas armas ya que se pueden encontrar en sitios en donde se las haya desechado o eliminado, sino si estaban siendo preparadas para su uso en cantidades amenazantes.

Si los iraquíes lanzan un ataque con tales armas, ello demostraría que estaban listas para su uso. Está aún por verse si representaban una amenaza real fuera de las fronteras de Iraq o si se habrían utilizado si no se hubiera iniciado la actual guerra.

El tercer argumento es altamente objetable. Bush y Blair deben demostrar que el proceso de inspección de la ONU estaba fracasando. Esto se puede hacer demostrando que los iraquíes simplemente estaban ocultando la evidencia en sitios visitados por los inspectores y declarados libres de armas. Debe hacerse una revisión sistemática de los sitios que fueron visitados. También debe haber una explicación, si se descubren armas de destrucción masiva en otros sitios, de por qué los inspectores no podrían haber encontrado tales armas en un lapso de tiempo realista.

Ultimo recurso. La cuarta aseveración será objeto de una fuerte propaganda en ambos bandos. ¿Se justificaba la guerra en términos de costos y beneficios, y era realmente el último recurso? Esto dependerá de una evaluación objetiva de los costos de la guerra en términos de la pérdida de vidas, la destrucción de propiedades, el impacto económico en el interior de Iraq, las derivaciones hacia otras formas de violencia como el terrorismo, y las consecuencias geopolíticas.

Hasta la fecha, Bush y Blair no han podido convencer al mundo, con la excepción parcial de sus propios países. El pueblo americano ha sido destinatario de un espectáculo que mezcla el chauvinismo, la exacerbación de los miedos, la confusión de Iraq con los terroristas de Osama bin-Laden y el simple patriotismo.

Nada de esto ha hecho vacilar al resto del mundo, que contempla la guerra con una mezcla de desdén y alarma. Esto cambiaría si se reúne evidencia de los cuatro puntos mencionados. Cuando las 13 colonias británicas de América del Norte iniciaron su propia Guerra de la Independencia, Thomas Jefferson comprendió que el “respeto decente hacia las opiniones de la humanidad” exigía que se explicara la guerra, y, como consecuencia, se redactó la Declaración de Independencia. No es menos necesaria hoy en día una explicación así, respaldada por una rigurosa evidencia.

Si no se prueban los argumentos para la guerra, las consecuencias serán profundas. Ni la propaganda o las calles a cuyos bordes se amontonen iraquíes lanzando vivas a las tropas, ni el asombro ante la sofisticación de las bombas inteligentes de EE. UU. nos deberían hacer perder de vista una terrible verdad: Bush y Blair quebraron la paz mundial, se involucraron en una matanza premeditada y masiva, y lo hicieron en contra de una abrumadora opinión mundial. La sanación del mundo dividido de hoy podrá empezar sólo con un liderazgo político renovado, tanto en EE. UU. como en el Reino Unido, y una fuerte reafirmación de la autoridad de la ONU.

Evidencias convincentes. Dados sus terribles costos, espero que esta guerra pueda lograr una justificación, aunque tengo mis dudas a la vista de la evidencia actual. Si surgen evidencias convincentes de que las armas de destrucción masiva estaban listas para ser usadas, a una escala que resultara amenazante para el mundo, y que los inspectores de la ONU tenían pocas posibilidades de descubrir y desmantelar tales armas, debemos entonces reconocer los argumentos de Bush y Blair. Incluso en esas circunstancias, es muy posible que la guerra haya sido una estrategia poco acertada, en comparación con una política de contención. Pero, de todos modos, al menos habría tenido alguna razón. Pues, sin duda, es demasiado desoladora la perspectiva de los horrores de una guerra librada sin sentido alguno.

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