Como ocurriría más tarde en las ciudades atlánticas cuyo esplendor decimonónico se debió en buena parte al tráfico de esclavos africanos, a partir del siglo XIII los palacios de algunas ciudades italianas, especialmente Venecia y Génova, fueron financiados con la sangre y el sudor de esclavos traídos desde las costas orientales del mar Negro. A partir de Tana, ciudad fundada por los venecianos en la desembocadura del Don, y de Kaffa, colonia genovesa en la península de Crimea, los italianos establecieron una red comercial que les permitió explotar el trasiego de esclavos adquiridos en Asia Central y en parte de lo que hoy es el sur de Rusia. Fue tan importante este comercio que, en Venecia, el Senado ejercía directamente su supervisión. Todo fue bien para las economías globalizadas de ambas potencias italianas durante el siglo XIII; sin embargo, la gran oportunidad comercial de los insignes coyotes medievales se presentó cuando –globalización es gloria–, un día de 1347 cierto viajero desembarcó en Kaffa.
No se sabe si fue un esclavo, un mercenario, una prostituta, un comerciante o simplemente una rata. Lo cierto es que se trataba del primer portador de la peste que pasaba de Asia a Europa. En cuestión de dos años –y no existía todavía el transporte aéreo– la peste había despojado a la misma Venecia de la mitad de su población y, aunque no hacía distingos entre pobres y ricos, o entre señores y vasallos, el hecho es que, como ocurre siempre con las guerras y las epidemias, la desaparición de esclavos y trabajadores fue la peor de sus consecuencias. En la Europa súbitamente despoblada no hubo escasez de nobles y señores, pero sí se produjo una catastrófica carencia de mano de obra que –juega de nuevo– los comerciantes italianos sobrevivientes aprovecharon para aumentar el tráfico de “mercancía” humana; y así, a principios del siglo XV, cuatro quintas partes de los ingresos de la ciudad de Tana procedían del reanimado comercio de esclavos.
Pese a todo, fue positivo que aquella escasez de mano de obra trajera, entre sus consecuencias, cierto despertar de los campesinos y los trabajadores libres, quienes comenzaron a plantear tímidas exigencias a los señores feudales que hasta entonces ni soñaban con el deber de pagar por el trabajo de los vasallos. Especulando a la ligera, podríamos concluir en que la llegada de la peste al mar Negro, en 1347, fue una lejana precursora de la ahora feneciente socialdemocracia y preguntarnos si esta volvería a renacer si, pongamos por caso, se produjera una eventual pandemia de gripe aviaria.