Había una vez un país chiquito, favorecido por Dios por su gran belleza y gente buena, trabajadora y bien educada, que amaba la paz y había proscrito al ejército, para admiración mundial. Al no gastar en lo militar, se invirtió en maestros y escuelas, y acabó casi con el analfabetismo.
Los ingresos del trabajo de sus labriegos sencillos, cosechando café y exportando bananos, eran suficientes para mantener la paz y la felicidad. Los servidores públicos eran humildes y amantes de la democracia.
Huevos de oro. Además de la estabilidad política y la honestidad de los ciudadanos, la naturaleza les dio bellas montañas y valles, llenos de pájaros, orquídeas y mariposas. Poco a poco el mundo supo de este paraíso y comenzaron a llegar miles de turistas admiradores de la naturaleza. El ecoturismo era la gallina de los huevos de oro.
Pero poco a poco el ambiente comenzó a sentir las huellas de los visitantes, que ahora llegaban casi al millón cada año. Y los países vecinos comenzaron a promover el turismo para aumentar sus ingresos.
Comenzaron por construir muelles para cruceros, buenas carreteras y hoteles de primera. Facilitaron la entrada de los viajeros por grandes aeropuertos modernos. Trajeron arquitectos y técnicos para que diseñaran museos de clase mundial. Ofrecieron restaurantes con excelentes cocinas. Capacitaron guías para que explicaran con conocimientos y gracia la historia y las costumbres locales. No descuidaron la seguridad personal ni la limpieza de las calles. La comunicación, como la telefonía celular y accesibilidad a Internet, se puso al día y a costo razonable. En fin, se prepararon bien para complacer a los turistas.
Se quedó atrás. Desafortunadamente, el país chiquito que comenzó todo se quedó atrás, creyendo que seguiría siendo el favorito, pese a que no había hecho gran esfuerzo por mejorar su infraestructura. Lamentablemente, aumentaron la suciedad en las calles, los delincuentes en los aeropuertos, las malas carreteras, los hoteles de poca categoría y el mal servicio en los restaurantes. No era fácil cambiar la moneda extranjera, hacer una llamada telefónica al exterior o conectarse rápidamente a Internet.
También hubo escándalos en el Gobierno y la reputación sana del país se opacó con propaganda que solo ofrecía drogas y sexo a los visitantes. Los turistas poco a poco se fueron alejando, buscando algo mejor y, al final, la gallina milagrosa dejó de poner huevos de oro.
Dios se sintió triste porque este pequeño país, al que regaló tanto, no se había merecido tal distinción pues menospreció sus privilegios. Entonces no tuvo más remedio que comenzar de nuevo con otros de los países vecinos, a ver si con alguno podría tener mejor suerte.