Costa Rica está haciendo loables esfuerzos por reducir las desigualdades de sexo. Ya hay, por ejemplo, más mujeres que hombres en la Universidad y la cantidad de dirigentes mujeres ha aumentado a ojos vistas. Persisten, empero, muchas otras injusticias sexuales. Los hombres siguen ganando más que las mujeres, controlando los puestos claves en la política y los negocios y teniendo la mayoría de los orgasmos. Para colmo, casi todas las mujeres pasan sus últimos años solas, mientras que los hombres generalmente terminan sus días acompañados de su cónyuge. Examinemos en mayor detalle esta última desigualdad.
La soledad del sexo débil en la vejez se debe en parte a que demasiadas mujeres se casan con hombres mayores, a que muchos viejos verdes consiguen casarse con muchachillas jóvenes y a que la sociedad hace casi imposible ser una “vieja verde” (otra desigualdad sexual). Esta asimetría en la edad de las parejas está, sin embargo, reduciéndose. El censo del 2000 indica que el 28 por ciento de los hombres de 20-29 años están emparejados con una mujer mayor, proporción mucho más alta que la del censo de 1973 (19 por ciento).
Muerte prematura. Pero la mayor razón de la soledad de las mujeres proviene de que demasiados hombres tienen la desconsideración de morirse prematuramente. Esta necedad no solo se resiste al cambio, sino que empeora con el tiempo. La estimación más reciente del Centro Centroamericano de Población da cuenta de que en el 2002 los varones ticos tuvieron la desvergüenza de morirse casi 5 años antes que las mujeres: la esperanza de vida de ellos fue de 76,3 años comparada con 81,0 años de ellas. Con respecto al 2001, los hombres ganaron 0,7 años de esperanza de vida mientras que las mujeres ganaron 1,1 años (Costa Rica no veía ganancias de esperanza de vida tan grandes desde hace más de 20 años); es decir, que las diferencias se acentuaron. Hace 50 años la brecha entre los sexos no llegaba a los 2 años.
¿Se encuentra esta disparidad impresa en los genes o es un producto social? Respuesta: las dos cosas. Natura hizo más fuerte al sexo débil, si se me permite el oxímoron. Aunque los varones parten con ventaja pues se conciben 120 embriones masculinos por cada 100 femeninos, de allí en adelante es cuesta abajo para ellos. Se abortan muchos más fetos varones, de modo que al nacimiento la ventaja masculina se ha reducido a 105 por cada 100 recién nacidas. Seguidamente, por cada cinco niños fallecen cuatro niñas. En la adolescencia, cuando asoman los efectos sociales y de comportamiento, la relación en el riesgo de morir de hombres y mujeres aumenta a dos contra uno. Se incrementa luego hasta alcanzar un máximo de tres a uno a los 25 años de edad. La sobremortalidad masculina persiste, aunque atenuada, en las edades siguientes hasta alrededor de los 100 años. Solo entre los centenarios los hombres muestran más resistencia a la muerte que las mujeres. Estas cifras son de Costa Rica, pero se repiten, y muchas veces se acentúan, en casi todos los países con algún grado de desarrollo.
Disparidades. La brecha entre los sexos alcanza su máximo en las muertes que son producto social o de comportamiento. La disparidad más grande ocurre en los suicidios –prueba de que estamos ante una conspiración de los hombres para abandonar y hacer sufrir a las mujeres–. Los hombres se suicidan casi siete veces más, y en las edades avanzadas la brecha es aún mayor. Entre los “ciudadanos de oro” de 60 años y más de edad, las estadísticas del INEC del 2000 al 2002 dan cuenta de que mientras 6 damas se quitaron la vida, 75 señores hicieron lo mismo. Igualmente, otras patologías sociales, como los homicidios, los accidentes de tránsito o el VIH-sida producen una mortalidad de los hombres 500 ó 600 por ciento mayor que la de las mujeres. En enfermedades crónicas, en las que el componente genético puede ser más importante que el social, la sobremortalidad masculina no es tan grande, aunque persiste. Por ejemplo, el riesgo de morir de los hombres es un 87 por ciento mayor por cáncer de estómago o un 37 por ciento mayor por males cardiovasculares. Incluso la mortalidad por el tan temido cáncer de mama es un 40 por ciento menor que la mucho menos publicitada por cáncer de próstata. La única enfermedad importante en que las mujeres mueren más que los hombres (un 15 por ciento más) es la diabetes, pero esta es una peculiaridad de Costa Rica, que, por cierto, ha merecido poca atención de la salud pública y de los grupos feministas del país.
¿Por qué esta desigualdad persiste y se acentúa? Sarcasmo aparte, los mismos hombres, en buena medida, procuran irse más pronto de este mundo. Vivimos una cultura que admira y recompensa a los hombres valientes, que asumen riesgos y no se amilanan ante el peligro. Ser bien hombre es cuidar debidamente a la familia, pero no cuidarse a sí mismo. Las estadísticas son elocuentes. Los hombres, por ejemplo, van casi 50 por ciento menos a la consulta externa de la CCSS que las mujeres. Los hombres tienden mucho más a autodiagnosticarse o a tragarse su estrés y sus problemas psicológicos, con las consiguientes secuelas de hipertensión o suicidio. Va siendo hora de que los hombres asuman mayor responsabilidad por el cuidado de su salud y de que la salud pública del país preste atención a esta curiosa desigualdad sexual.