¿Son los seres vivientes producto sólo del azar y la selección natural, como lo afirma la teoría darwiniana de la evolución, o existe una programación u orden --designio, si lo atribuimos a un Creador-- según el cual la materia, conforme grados de complejidad creciente, desenvuelve espontáneamente ese orden programado, al igual que la semilla produce el árbol? ¿Actúa ese orden programado como fuerza de base, junto con el azar y la selección natural, para producir la evolución, según lo sostiene el científico norteamericano Stuart Kauffman, en sus recientes libros The Origins of Order y At Home in The Universe, de gran impacto en los círculos científicos e intelectuales de los Estados Unidos? O sea, que la evolución sería el resultado conjunto de esos tres elementos. Y si esa programación u orden, que requeriría una superinteligencia, no la atribuimos al designio de un dios Creador, ¿entonces a qué, o a quién atribuirla? ¿No sería cualquiera otra posibilidad más ilógica que la de un Creador?
Para el darwinismo, el único instrumento del cambio (con el que opera la selección natural) es el azar. Pero las leyes matemáticas de la probabilidad llevan a descartar esa posibilidad --según lo expuse en un artículo anterior-- por la altísima improbabilidad de que por esa vía se hayan podido producir hasta las más simples bacterias.
Ciertamente, como lo comentó después en una inteligente exposición don Alberto Di Mare, una combinación, por improbable que sea, puede ocurrir. Pero una cosa es sacarse el mayor de la lotería de Navidad (probabilidad de 1 en 100.000, o sea 10-5), cosa bastante difícil, como lo comprobamos todos los años, y otra cosa es la probabilidad de que por azar se forme una sola enzima de una bacteria tan simple como la E. Coli (20200 ó 20 seguido de 200 ceros); o la probabilidad de que por puro azar se formen las 2.000 enzimas que utiliza dicha bacteria ( 1040.000 ó 10 seguido de 40.000 ceros). Números que son gigantescos, y cuya dimensión apreciamos mejor si tomamos en cuenta que el número total de átomos de hidrógeno en el universo es de algo así como 1060. Por eso la probabilidad prácticamente cero de que por azar se forme la combinación correcta, termina de desvanecerse si tomamos en cuenta que, apenas para el caso de la E. Coli, habríamos necesitado 2.000 combinaciones de altísima improbabilidad cada una, que por pura coincidencia se hubiesen producido en cadena, para obtener las 2.000 enzimas necesarias (sin contar los proteínas y otros elementos estructurales de la bacteria). Ciertamente que la selección impone una dirección en el proceso, y que eso reduce la improbabilidad, pero en números tan altos, tal reducción poco cuenta. Pero eso nos llevaría a los argumentos con que infructuosamente, tanto Richard S. Dawkins, el más destacado neodarwiniano actual, como el filósofo Daniel C. Dennet, atacan el argumento de la improbabilidad y el del orden necesario de Rauffman, pero eso requiere otro artículo.
Lo que falta para explicar la incongruencia actual de la teoría de la evolución es precisamente el orden inmanente que señala Rauffman, como factor que, en unión con el azar en su caso, produzca el cambio sobre el cual pueda actuar la selección natural.
El otro contraargumento de don Alberto para sostener la tesis tradicional, consiste en "la aparición de un mecanismo que permitiera copiar y, por la vía de copiar, heredar las modificaciones que ocurrieran". Ciertamente eso es indispensable, pero aumenta a mi juicio el problema para la tesis del puro azar, porque también requiere que por puro azar se hayan codificado todas las instrucciones para el copiado en el ADN. Por lo que más bien es un argumento en contra del darwinismo.
Acepto sí que la existencia de ese orden superinteligente, no sea una prueba absolutamente concluyente de la existencia del dios Creador de la religión --lo que tampoco todos los teólogos pretenden--pero lo que he afirmado es que tal origen divino es la explicación más racional y congruente del mundo, porque todas las otras desembocan en absurdos.
Por eso la explicación del cambio por el darwinismo tradicional --que en esto nunca pasó de una teoría-- se cae por su misma base, y necesita una corrección fundamental como la propuesta por Kauffman. Pero eso abre el gran problema --que el darwinismo pretendió clausurar definitivamente con su tesis del azar como agente ciego del gran reloj del mundo de la vida-- acerca de la naturaleza y agente ciego del gran reloj del mundo de la vida --acerca de la naturaleza y origen de ese orden de base de que tan necesitada está esa teoría.
También en el mundo físico se advierte un orden y un delicado equilibrio de las constantes físicas fundamentales, y de sus precisas correspondencias, así como de ciertas dimensiones y características de la materia, en ausencia de las cuales la vida tal como la conocemos --y con ella el Hombre-- no habría podido existir. Esto es lo que se conoce en cosmología como el principio "antrópico". Una exposición fascinante de este principio la efectúan los destacados científicos John D. Barrow y Frankl J. Tipler en su importante libro The Anthropic Cosmological Principle (Oxford University Press). Según lo exponen, basta modificar cualquiera de estos datos, para que el mundo tal como conocemos no hubiese podido existir o fuese completamente diferente, y por tanto, que no lo estaríamos ahora viendo y cavilando sobre él. Lo que igualmente nos conduce también al tema del designio en el mundo físico. Tal como lo dice Sir Fred Hoyle, desde el origen mismo del carbono en la evolución de las estrellas aparece programada la vida. Si un concepto denominado "resonancia interna" del átomo de carbono hubiese sido un 4 por ciento más bajo, no habría habido prácticamente carbono, y si este mismo nivel en el oxígeno hubiese sido solo un medio por ciento más alto, todo el carbono hubiese sido convertido en oxígeno. De modo que, como lo dice Hoyle, todo parece como si una superinteligencia hubiese dispuesto todo, ya que no hay fuerzas ciegas de las que valga la pena hablar en la naturaleza. Para razonar de otra manera tendríamos que atribuirle a la materia unas cualidades que equivaldrían a constituirla en divinidad; o a no hacerse cuestión del problema del origen, que es lo que con gran comodidad, pero ningún espíritu metafísico hacen muchos científicos, con lo que dejan pendiente la gran pregunta que, cuando la inteligencia apareció en el planeta, se planteó al contemplar el cielo estrellado. Luego de tan largo peregrinar, la ciencia moderna, que antes que cerrarlos, abre cada vez más cielos.