Hace 5 años, casi nadie hablaba del TLC. En enero del 2002, el presidente Bush lo anunció, y, desde entonces, para algunos costarricenses, el ser y no ser del país depende del TLC. Esperamos que no se ratifique así como está.
Ello le dará oportunidad a Costa Rica de construir una agenda nacional de desarrollo y de dejar atrás esta extraña era de nuestra historia en la que todo ha gravitado alrededor de un documento redactado en otro país; leído por pocos y estudiado por menos; elogiado por algunos cuando aún no se ha concluido; comercializado como si se tratase de una marca de jabón; instigador de marchas callejeras de tirios y troyanos; incapaz de inducir al actual Presidente a defenderlo en campaña en un debate, aunque aseguraba que era vital para el país; revelador, de acuerdo con algunos de sus defensores, de una moral discutible o de ignorancia de parte de quienes dudamos de su conveniencia; y fagocitador de buena parte del tiempo y la energía de un Gobierno y del inicio de otro.
Habrá vida después del TLC, y es bueno que comencemos a construirla. Dado el resultado que esperamos, se abrirán espacios para dar un salto adelante fortaleciendo lo bueno de nuestra historia y modernizando lo que no funciona.
Esperamos que sea una Costa Rica en la que, si hay subsidios y exoneraciones fiscales, sean para las pequeñas y medianas empresas y no para las multinacionales; en la que profundicemos nuestra inserción en la economía internacional en el marco de las normas de la OMC; en la que la atracción de capitales se base en estrictos rigores ambientales, sociales y éticos.
Además, debe ser una Costa Rica en la que paguen impuestos adecuados el consumo suntuario, los grandes hoteles, los bancos privados aun por sus operaciones off shore, los bufetes al servicio del capital transnacional por sus honorarios, los especuladores con nuestras tierras y naturaleza, y los extractores de nuestra riqueza marina.
Macropanorama. También esperamos que sea una Costa Rica en la que unos cuantos grandes hoteles y bancos sean propiedad de cooperativas; no se construya en las laderas al frente de nuestros mares sin rigurosos controles ambientales, ni torres de condominios sin que limpien sus aguas negras; no se corte madera del bosque natural para fines comerciales; la basura se separe, se recicle o se reutilice; numerosas obras públicas (por ejemplo, el ferrocarril Limón-San José-Puntarenas, carreteras, aeropuertos, nuevos puertos) se otorguen en concesión al sector privado de manera transparente; se ejecute coordinadamente, entre el sector público y el sector privado, un plan de ciencia, tecnología e innovación; la agricultura y la industria ambientalmente comprometida de medianos y pequeños propietarios reciba subsidios y exonera-ciones fiscales; el país compita para apropiarse de los mercados del mundo ambientalmente conscientes; los frijoles, el arroz, el maíz, las hortalizas y las verduras que podemos producir sin mayor esfuerzo sean ofrecidas por nuestros agricultores; la educación pública primaria y secundaria alcance en calidad a la privada; no existan discriminaciones de ningún tipo; los servicios públicos se presten con eficiencia y con trámites preestablecidos; las convenciones colectivas no tengan excesos ni abusos; los empleados públicos, inspirados por jerarcas honrados, trabajen motivados para servir a los usuarios; los salarios crezcan al menos igual que el PIB; no existan presidentes ejecutivos, algunas directivas ni ley del 4-3; todos los nombramientos de directivos se hagan por concurso de antecedentes; todos los directores regionales de instituciones, todos los educadores y policías se nombren por méritos y no por política; las partidas específicas las manejen los consejos de distrito y las comunidades; los programas de trabajo de los entes centralizados obedezcan a las prioridades de las municipalidades y de la comunidad; los beneficiaros de las ayudas sociales se seleccionen de acuerdo con sus necesidades y su compromiso con el trabajo y la superación.
Gran parte de nuestras propuestas –faltan muchas por mencionar– reducen el gasto público, otras lo mantienen. Unas pocas requieren dinero nuevo. Su impacto en el desarrollo sería muy positivo. Si embargo, lo más importante en este momento no es que se acepte esta o esa visión, sino iniciar, con sentido de urgencia, un diálogo nacional con las propuestas de todos sobre el tapete. ¿Por qué no adelantarnos para que, en el Clímax TLC, la esperanza derrote a la polarización?