Bien se sabe que en nuestra lengua, cuando una persona docta, hábil o poderosa afirma de otra que es su “mano derecha”, incurre en un acto de justo reconocimiento que eleva y dignifica a ambas: la servidora y la servida. Por otra parte, se dice que la expresión “trabajar con la mano izquierda” proviene, en el ámbito hispano, del contacto de nuestra cultura con la civilización árabe y alude a un precepto musulmán, de claro abolengo mosaico, según el cual los alimentos, al ser ingeridos, deben sermanipulados únicamente con la mano derecha, ya que el destino de la otra es ser utilizada en la ineludible atención de los bajos menesteres atinentes a las emisiones orgánicas del cuerpo humano. De este modo, sería en extremo insultante decirle a alguien “usted es mi mano izquierda” y de ahí que no sea esa una expresión habitual entre personas que se profesen mutuo respeto.
Esto nos lleva a descubrir perturbadores cabos sueltos en algo que le ocurrió a un conocido personaje costarricense vinculado a los quehaceres bajos e intermedios de la política y objeto frecuente de designaciones oficiales no siempre explicables. En los inicios de cierta campaña electoral, este sujeto participó en un cónclave en el que se daría cuenta de la integración de lo que en los partidos se conoce comúnmente como el comando de campaña. La reunión comenzó, como corresponde, con una ronda de presentaciones en la que un ayatolá de la agrupación fue enunciando los méritos, las calidades y las funciones de cada uno de los escogidos para dirigir los diferentes ámbitos del comicial combate. Hubo, por supuesto, abundancia de alusiones a títulos, orígenes y recomendaciones, así como a pretéritas hazañas, pero ocurrió que, cuando al héroe de este relato le llegó el turno de ser mencionado, el ayatolá proveedor de halagos se limitó a señalarlo diciendo: “Y aquí les presento a Fulano de Tal, el experto en realizar trabajos que lo acreditan como nuestra excelente mano izquierda”.
Se supone que algo con fines aclaratorios debió de decir el aludido, pero nadie recuerda haberlo visto abrir la boca. Tal vez creyó que entre los asistentes no había quien conociera la connotación que en las culturas islámicas acompaña a la idea de comer con la mano equivocada, y es muy probable que no se lo haya tomado a la tremenda porque, en beneficio de ambiciones inmediatas y ulteriores ventajas, pensó, como pensaba el personaje Hendrik Höfgen de la novelaMefisto de Klaus Mann, que “el éxito, justificación sublime e irrevocable de toda infamia, nos ha hecho olvidar la vergüenza”.