Generalmente, en educación cuando queremos organizar en planes y programa de estudio el aprendizaje que deberá ir construyendo el estudiantado en un sistema educativo, usamos la metáfora de una edificación. Es decir, imaginamos que el plan de estudios es un edificio y que su construcción debe darse en un cierto orden: en un primerísimo lugar las bases, los fundamentos (la teoría), que deben quedar sólidamente cimentados para que sostengan el resto de la edificación. Luego, vamos colocando las demás materias y disciplinas, como si fueran ladrillos, unas al lado de otras (correquisitos) y otras sobre las anteriores (requisitos). Al final, la techumbre, o sea la práctica.
Sin embargo, esta metáfora para la organización del aprendizaje, a pesar de que parece muy adecuada y que hemos utilizado por años, en realidad nos ha hecho caer en contradicciones con lo que han señalado los más reconocidos estudiosos sobre el aprendizaje y el pensamiento: Jean Piaget y Edgar Morin, para citar solamente dos ejemplos. Ellos han dicho, y nosotros hemos repetido (aparentemente sin entenderlo,) que el aprendizaje y el pensamiento no son lineales, sino interactivos y complejos.
Piaget nos muestra cómo la mejor forma de aprender, es comenzar interactuando con lo que nos es cercano, reconocible, significativo e ir evolucionando hacia conceptos más complejos. Dice que el aprendizaje se construye partiendo de esquemas concretos que van evolucionando hacia estructuras más abstractas. Y si bien es común que nuestro discurso educativo esté teñido de esta propuesta piagetiana ( de lo concreto a lo abstracto , repetimos con frecuencia), hacemos todo lo contrario. Los planes de estudio inician con lo más abstracto (los fundamentos), y se reserva para el final lo concreto (la práctica). El estudiantado va pasando los cursos, a pesar de esta contradicción, pero debemos confesar que les ponemos dificultades innecesarias.
Morin, por su parte, con su método del pensamiento complejo, nos recuerda que el aprendizaje consiste en “abrazar” el conocimiento como un todo, entendiendo las interrelaciones entre los conceptos. Mira la evolución del pensamiento como una espiral que va avanzando en “bucles” que regresan, eventualmente, a punto conocido, aunque mirado desde diferente perspectiva. Y si bien recientemente en educación estamos adoptando el discurso del pensamiento complejo de Morin, con frecuencia hacemos todo lo contrario. Los planes de estudio están fragmentados, las materias separadas y delimitadas y con poca o ninguna relación entre ellas (como los ladrillos de una construcción, que aunque están uno al lado del otro, no se interrelacionan).
Se hace evidente entonces que es necesaria una renovación en la forma en que diseñamos los planes y programas de estudio. Tal vez una forma de lograr el cambio es modificando la metáfora con que lo hacemos. Personalmente, creo que una mejor metáfora que la de la edificación es la del holograma. Un holograma (del griego holos : completo) es, en términos muy generales, es una fotografía tridimensional producida por medio de un rayo láser en dos partes.
Una de las partes del rayo es dirigida al objeto y reflejada en un plato fotográfico de alta resolución. El otro rayo (el de referencia) es proyectado directamente en el plato. El patrón que forma la intersección de los dos rayos se graba en el plato. Cuando se ilumina por detrás (en la misma dirección que el rayo de referencia), se logra la proyección en el espacio de una imagen tridimensional del objeto, el cual va cambiando de perspectiva si se mira de distintos ángulos. Actualmente, los hologramas se utilizan (entre otros) en tarjetas de crédito, billetes y discos compactos. Su uso, además, es símbolo de originalidad y seguridad.
Si comparamos un programa o plan de estudios con un holograma, tendremos que verlo integrado e interrelacionado. O sea, es necesario evidenciar las relaciones que unen cada unidad de aprendizaje (sea curso, taller, módulo u otro); el nexo que une a cada una de ellas y el enlace que da continuidad a sus contenidos. Los contenidos se “repiten” en las diferentes unidades, pero hay que cuidar que la perspectiva sea diferente en cada una de ellas. Las primeras que enfrentan los y las aprendices, deben abordarse de una manera concreta, práctica, conocida. Las siguientes de forma cada vez más abstracta, más teórica, más conceptual.
Lo mismo sucede con las dimensiones: todas las unidades de aprendizaje deben replicar las dimensiones del plan completo. Por ejemplo, si el plan se conforma con dimensiones de docencia, investigación y extensión, cada unidad debe tener también dimensiones de docencia, investigación y extensión. Igual con los valores, con las actitudes y con las competencias. Si el plan completo incluye teoría, práctica y laboratorio, entonces cada unidad contemplaría teoría, práctica y laboratorio. En buena teoría, significa que el todo incluye las partes, y las partes incluyen el todo. Se trata, como dice la Dra. Libia Herrero Uribe, de … ver el universo en cada gota de agua…