El secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, dio la semana pasada una ejemplar lección de democracia elemental al hemisferio. En contraposición, la dictadura de Raúl Castro reveló, nuevamente, de forma tan torpe como indefendible, la naturaleza totalitaria del régimen y su determinación de poner el control, la intransigencia y la exclusión por encima, incluso, de cualquier asomo de buenas formas diplomáticas.
Semanas atrás, Almagro fue seleccionado por la agrupación independiente Cuba Decide como receptor de su premio Oswaldo Payá, en reconocimiento por sus esfuerzos a favor de los derechos humanos. De forma póstuma, al expresidente chileno Patricio Aylwin se le otorgó una mención de honor. El secretario general de la OEA manifestó su disposición de asistir, lo mismo que Mariana Aylwin, exministra de su país, quien lo recibiría en memoria de su padre, y Felipe Calderón, expresidente mexicano, invitado a la ceremonia.
Se trataba de un acto que en todo Estado medianamente democrático se vería con normalidad: un grupo de la sociedad civil decide premiar a personalidades internacionales, estas aceptan el honor y, como resultado lógico, viajan al país a recibirlo. En este caso, sin embargo, el régimen se negó a conceder visas a Almagro, Aylwin y Calderón, contra quienes también formuló fuertes ataques, entre ellos, que participarían en “actividades anticubanas”. Es decir, para la cúpula del poder castrista, el grupúsculo que la domina es el único que puede hablar en nombre del pueblo, aunque nadie le haya concedido libremente esa autoridad. Peor aún, esta representación asumida implica decidir qué es cubano y qué no, y da licencia para conculcar los derechos de la población e, incluso, impedir que políticos democráticos del continente (uno, Almagro, excanciller del izquierdista Frente Amplio de Uruguay) visiten la Isla. A este, incluso, se le advirtió que no podría entrar aunque viajara con pasaporte diplomático uruguayo.
Los gobiernos de Chile y México protestaron por la conducta cubana, lo mismo que 22 expresidentes latinoamericanos. Almagro, por su parte, dirigió una carta a Rosa María Payá en la que, entre otras cosas, expresó que su decisión de viajar para recibir el galardón no se diferenciaba de “otros eventos similares que tienen lugar en otros países de la región” en los que ha participado, “y que se realizan sin que el gobierno los apoye necesariamente, pero sin censurarlos, porque son parte de la tolerancia de los sistemas y valores democráticos”.
La organización Cuba Decide, encabezada por Rosa María Payá Acevedo, está dedicada a impulsar un referéndum en la Isla, como vía para gestionar cambios legales que permitan abrir espacios democráticos. Es una figura contemplada por la Constitución cubana, pero que el régimen se ha empeñado en frenar desde hace varios años, acudiendo a todo tipo de presiones sobre sus proponentes. La idea original surgió de Oswaldo Payá, un dirigente católico, padre de Rosa María, quien impulsó una iniciativa de la misma índole, con el nombre Proyecto Varela. Gracias a ella, recolectó las firmas requeridas para plantear la solicitud. En el 2012, murió en un presunto accidente automovilístico, pero existen fuertes sospechas de que, en verdad, se trató de un asesinato de Estado.
Como resultado de la intransigencia del castrismo y la claridad democrática del secretario general de la OEA, Almagro salió fortalecido y Raúl Castro, expuesto y disminuido. El movimiento Cuba Decide fue enaltecido como una opción a la que el régimen teme por el simple hecho de utilizar un mecanismo previsto por la propia Constitución.
Desgraciadamente, en el medio quedan atrapados los cubanos, a quienes, en última instancia, se dirigió el mensaje implícito emanado desde la cúpula castrista: quien pretenda traspasar sus estrechos límites de tolerancia será rechazado y ahogado sin contemplaciones. Es decir, la lógica del control absoluto, para un aparato de poder totalitario, prevalece sobre cualquier otra consideración, llámese esta apertura económica o permiso para que un grupo independiente premie a personalidades extranjeras como Almagro (peor aún si son cubanas) por su apoyo a la democracia. Es un mensaje tan inaceptable como revelador.