Nuevas generaciones de drogas, cada vez más potentes y peligrosas, brotan de los laboratorios clandestinos del narcotráfico en todo el mundo. La Policía las llama drogas emergentes, para diferenciarlas de sustancias tradicionales, como la marihuana, la cocaína, la heroína e, incluso, el LSD.
También se les conoce como drogas sintéticas, porque son fabricadas en laboratorios, a partir de componentes químicos. Son cada vez más potentes y en el mundo desarrollado ya se les considera epidemia. En los Estados Unidos, los nuevos opioides compiten con la heroína como principal causa de las sobredosis, muchas veces mortales. En el 2015, 9.580 personas murieron por consumo de opioides solo en ese país, un 73% más que el año anterior. Los números del 2016 seguramente resultarán peores.
La potencia de las nuevas drogas permite, por ejemplo, empacar 50.000 dosis de fentanyl, el opioide más común, en un sobre estándar de correo. Tanto poder, tan concentrado, facilita el tráfico y abre nuevas rutas, como el servicio de correos. Entre Asia, en particular China, y Norteamérica, existe un trasiego constante por ese medio.
A los peligros planteados por la potencia de la droga se suma su manufactura casera. Los químicos del narcotráfico no pueden garantizar una fabricación homogénea, con las mismas dosis por peso o volumen en todos los embarques. A cada paso, los usuarios se arriesgan a consumir una droga mucho más poderosa en sus efectos y, a menudo, letal.
Las drogas emergentes son, también, más fáciles de producir. Si un simple sobre de correo resuelve el problema del transporte, que en el caso de la cocaína requiere de aviones, barcos y hasta submarinos, cualquier sótano sustituye los extensos sembradíos de coca, las instalaciones para hacer la pasta y los laboratorios para refinarla. La facilidad de fabricación y trasiego reduce el riesgo de los narcotraficantes, cuyas redes son más pequeñas y difíciles de detectar, sobre todo porque operan en la región oscura de la Internet y se hacen pagar con monedas digitales, las cuales facilitan, también, el lavado de divisas.
En suma, las drogas emergentes plantean un reto formidable para la sociedad, la Policía y la salud pública. Los métodos tradicionales aplicados a la lucha contra el narcotráfico están urgidos de revisión. Como declaró un policía estadounidense al New York Times, los agentes tienen una buena idea de los traficantes capaces de importar kilos de estupefacientes, pero es muy difícil rastrear a una persona que ordena drogas emergentes desde el sótano de su abuela y las recibe por correo.
En Costa Rica, las drogas emergentes están representadas por los cannabinoides, como el K2, una marihuana sintética cuya sobredosis puede ser mortal. También se han hecho frecuentes lo hallazgos de ketamina, conocida como “gato”. La ola de opioides no han roto sobre nuestras costas con toda su fuerza, pero los expertos esperan su arribo, como sucedió con otras sustancias, primero probadas en el mundo desarrollado y luego halladas en las calles de nuestro país.
La creación de nuevas drogas es un fenómeno tan constante que las autoridades se ven obligadas a correr para ampliar las listas de sustancia prohibidas. Así sucedió con el K2, tan novedoso que fue prohibido apenas en el 2013. Tres años más tarde, volvió con otra fórmula y las autoridades se vieron obligadas, una vez más, a gestionar su inclusión en la lista de sustancias prohibidas.
El mundo de las drogas emergentes representa un salto cualitativo en el narcotráfico y sus peligros. Es preciso dar un salto similar en materia de represión y prevención antes de sufrir la trágica epidemia ya desatada en Estados Unidos, Canadá y Europa.