El presidente de la Academia Nacional de Ciencias, Walter Fernández, envió una carta al ministro de Salud, Daniel Salas, y al presidente ejecutivo de la Caja Costarricense de Seguro Social, Román Macaya, solicitándoles, en nombre de su representada, recomendar el uso de mascarillas a quienes circulen por espacios públicos. El pedido debe ser atendido por lo que persigue: que esa protección sea parte del conjunto de medidas preventivas para aminorar el contagio de la covid-19. Sin duda, hay otras más imprescindibles, pero no conviene desdeñar el impacto positivo de las mascarillas.
Hasta el momento, nuestras autoridades han sido renuentes a recomendarlas por cuatro razones fundamentales. La primera es que la evidencia científica no es definitiva en cuanto a la eficacia para evitar el contagio, aunque sí las recomiendan como protección indispensable para el personal médico. La segunda tiene que ver con esto último: que un uso extendido genere escasez y afecte a quienes más las necesitan. La tercera, evitar que quienes las utilicen descuiden el resto de las precauciones que deben observar durante la pandemia, particularmente quedarse en casa, cubrirse la boca al toser o estornudar, y respetar el distanciamiento físico y el lavado frecuente y concienzudo de manos. La última preocupación ha sido que una inadecuada manipulación por parte de los usuarios aumente, en lugar de disminuir, las posibilidades de contagio.
Todo lo anterior es entendible, pero cada vez resulta más evidente que las ventajas superan por mucho los riesgos potenciales y las inquietudes oficiales. Las evidencias sobre el valor generalizado de las mascarillas son crecientes. Su principal aporte es evitar, mediante el uso, que las personas asintomáticas y desconocedoras de portar el virus contaminen a aquellas con quienes tengan contacto; pero, también, sirven como una forma de protección adicional para los que no han sido contagiados. En la carta, el presidente de la Academia cita abundantes y prestigiosas fuentes que respaldan lo anterior, entre ellas las nuevas recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos. También se refiere a las medidas adoptadas al respecto por una gran cantidad de países
En este momento, además, Costa Rica no padece escasez de mascarillas manufacturadas industrialmente (de hecho, ya se fabrican en el país), y siempre existe la posibilidad, con adecuada guía, de la confección casera. Finalmente, las buenas guías o instrucciones sobre cómo utilizarlas, así como la insistencia en que no se empleen como sustitutas de medidas más protectoras, son razones adicionales para inclinar fuertemente el balance hacia impulsar su uso. No debemos desdeñar la capacidad de aprendizaje de la población.
Hasta ahora, una mayoría ha seguido las restricciones físicas e instrucciones sanitarias con admirable disciplina, aunque una minoría ha sido menos cuidadosa y ha incrementado los factores de riesgo propios y ajenos. Las mascarillas actuarían como defensa adicional, en el primer caso, y como atenuante, en el segundo. Hay que tomar en cuenta que una serie de actividades impostergables, así como el transporte público, hacen sumamente difícil mantener el distanciamiento adecuado. Más aún, conforme —cuando sea el momento oportuno— más centros de trabajo o de enseñanza comiencen el paulatino retorno a la normalidad, mayor será la cercanía entre personas y más recomendable la protección.
El desafío generado por el coronavirus es cambiante, tanto en su dimensión terapéutica como epidemiológica. Por esto, el combate debe tener la flexibilidad necesaria para hacer cada vez más robusto el instrumental disponible para enfrentarlo.
Las mascarillas son una buena herramienta adicional; por eso, coincidimos con la Academia de Ciencias en la conveniencia de promover el uso.