El Ministerio de Ambiente y Energía (Minae) presentó la Política Nacional de Adaptación al Cambio Climático, una previsión exigida por el Acuerdo de París y por el sentido común. Pese a intentos de tapar el sol con un dedo para beneficio de intereses claramente identificados con las industrias más contaminantes, especialmente las vinculadas con los hidrocarburos, la realidad del clima cambiante se impone de manera contundente.
Hasta los sectores interesados en dar la espalda a la ciencia admiten las variaciones y se limitan a disputar las causas. Los gases de efecto invernadero son la razón del calentamiento global, dice la ciencia, mientras sus opositores atribuyen el cambio a razones naturales.
Las conclusiones de la ciencia abrumadoramente mayoritaria prevalecieron en París, pero no en Washington, donde la administración Trump intenta dar marcha atrás a las medidas ambientales de sus predecesores. Los partidarios del presidente han llegado a extremos realmente extraordinarios para impedir a la ciencia estorbar el camino del desarrollo insostenible. Tan identificadas con los temas de defensa y seguridad nacional, las fuerzas más conservadoras prestaron oídos sordos a los oceanógrafos de la Marina cuando advirtieron la necesidad de adaptar la base naval más grande del planeta, ubicada en Norfolk, Virginia, ante las nuevas amenazas de las mareas.
Las inundaciones en la costa este de Estados Unidos y en la del golfo de México son cada vez más frecuentes, incluso en días soleados. Una inundación de pocos centímetros alcanza para invadir sótanos, afectar la flora, crear caos vial y envenenar fuentes de agua potable. El problema no es exclusivo de Estados Unidos. En las costas nacionales los efectos del cambio climático son claramente perceptibles, y también marcan huella tierra adentro. Por fortuna, en Costa Rica el debate está cerrado y no estorba a la adopción de medidas como las anunciadas por el Minae.
Es preciso actuar rápido y no cabe duda de que más bien comenzamos tarde. Uno de nuestros grandes retos es, precisamente, el manejo del agua. El cambio climático produce en nuestra región comportamientos extremos, desde la sequía hasta las lluvias torrenciales. Las temporadas de huracanes de los últimos años han sido más intensas y los daños causados por las inundaciones son enormes, en el campo como en la ciudad.
La Comisión Nacional de Prevención de Riesgos y Atención de Emergencias (CNE) advirtió del agotamiento de los sistemas de drenaje de aguas pluviales y de las inundaciones urbanas cada vez más frecuentes. También mostró preocupación por la aceleración de las escorrentías, los obstáculos a la recarga de repositorios naturales y los estragos causados aguas abajo por el súbito drenaje de centros urbanos cuyos suelos están impermeabilizados por capas de asfalto.
El propósito de la política de adaptación publicada por el Minae es dotar a la sociedad costarricense de la capacidad para resistir las consecuencias del cambio climático con menos pérdidas humanas y daños materiales. El éxito depende de la innovación, la transformación de los sectores productivos, el aseguramiento de la continuidad de la prestación de servicios públicos y la protección de la población más vulnerable.
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El plan es producto de las deliberaciones de seis mesas de trabajo en las áreas de biodiversidad, recursos hídricos, agricultura y pesca, infraestructura, salud y turismo. Entre los puntos de énfasis están la gestión de la biodiversidad, los ecosistemas, cuencas hidrográficas y espacios marinos y costeros, así como la vigilancia epidemiológica, fitosanitaria y agropecuaria.
De las tareas de adaptación nadie se exime. El sector privado tiene un vivo interés en la buena ejecución de las políticas gubernamentales. Las municipalidades, a cuyo cargo está el desarrollo ordenado, deben fortalecer sus capacidades en ese campo so pena de repetir las tristes experiencias del huracán Otto. La iniciativa de emitir una política general merece reconocimiento. Es hora de poner manos a la obra.