Durante 140 años, el zoológico Simón Bolívar exhibió al público costarricense animales de nuestros bosques y también de tierras lejanas. Hoy dejará de hacerlo porque el Ministerio de Ambiente y Energía (Minae) declinó prorrogar el contrato a la Fundación Pro Zoológicos (FundaZoo) y no piensa mantener abierto el parque. La misma suerte correrá el Centro de Conservación Santa Ana.
La medida solo podría inspirar nostalgia si ignoramos las condiciones de cautiverio de los animales. Espacios reducidos, excesiva exposición a los visitantes y otras limitaciones motivaron la acertada decisión gubernamental, alentada por grupos de defensores de los animales.
Los fines educativos atribuidos a los zoológicos de antaño ya no son de recibo en la actualidad. Los niños tienen acceso a la flora y la fauna de todo el mundo por obra de la tecnología moderna, con la ventaja de poder disfrutarla en su hábitat natural y con la posibilidad de escuchar comentario experto sobre las especies y los retos para su conservación.
En esas interacciones sí existe una experiencia educativa, mucho más provechosa que la observación, en directo, de un león enjaulado y enfermo, como en el caso de Kivú, el felino del Bolívar más famoso por el debate en torno a las condiciones de su cautiverio que por las visitas recibidas en el parque. El león nació en Cuba y a los pocos meses le fue arrebatado a su madre para enviarlo a Costa Rica como donación.
Nunca corrió por las sabanas ni experimentó la vida fuera de la jaula donde subsistió durante 18 años, observado por los visitantes del zoológico y, probablemente, perturbado en ocasiones por su presencia, pese a la costumbre forzada por el largo cautiverio al cual fue destinado desde su nacimiento.
Los zoológicos son objeto de un intenso debate desde hace años y apenas se libran de las críticas los más grandes y mejor equipados, cuyas instalaciones exigen enormes inversiones para asegurar el bienestar animal hasta donde es posible lograrlo en cautiverio y, en el mejor de los casos, servir de espacio para el estudio de diversas especies o conservar alguna en peligro de extinción.
Los zoológicos locales no cumplían con esas condiciones y compartían con muchos otros en el mundo las limitaciones de espacio, el hacinamiento de los animales, su confinamiento en sitios totalmente diferentes al hábitat natural, el estrés causado por la interacción con el público y la alteración de su comportamiento por todas esas razones.
Además, los mejores objetivos de los zoológicos a menudo se alcanzan por otros medios. Es posible cumplir los fines educativos mediante la tecnología y, también, con la experiencia directa de la naturaleza. La conservación de las especies se logra mejor con la inversión en la preservación de sus hábitats y la protección de los individuos en su ambiente natural.
Ahora, el reto para las autoridades es proporcionar mejores condiciones a los 374 animales del Parque Bolívar y los 26 del Centro de Conservación Santa Ana. Todos serán reubicados en lugares autorizados para el manejo en cautiverio de criaturas silvestres, porque buena parte de los animales no podrán ser devueltos a la naturaleza, pues carecen de la capacidad de valerse por sí solos.
No menos importante es cuidar el destino de los inmuebles utilizados hasta ahora para mantener a las criaturas. En particular, el Parque Bolívar, por su ubicación y tamaño, puede convertirse en un pulmón de la capital y centro de esparcimiento para sus habitantes. Ese fue el propósito anunciado en el 2013, cuando las autoridades ofrecieron convertirlo en un jardín botánico y al Centro de Conservación de Santa Ana, en un parque natural urbano. Si en lugar de concretarse esos planes los terrenos sufrieran abandono, el espacio del Bolívar podría terminar en zona de riesgo y fuente de inseguridad en plena capital.