Una serie de artículos publicados por la periodista Ángela Ávalos, la semana pasada, recogen historias de sacrificio y valor del personal del sistema de salud a lo largo de la pandemia. Los sacrificios han sido extraordinarios, y en muchos casos incluyeron la vida misma, en otros, el daño fue emocional y se extendió a los seres queridos.
Nadie mejor que ellos sabían los riesgos de su labor. Lo que para buena parte de la población era una atemorizante amenaza, para el personal dedicado a la atención médica fue una realidad desgarradora todos los días. Los pacientes morían aislados de sus seres queridos, en la sola presencia de quienes hicieron heroicos esfuerzos por salvarles la vida. Apenas había tiempo para celebrar las victorias, porque el ingreso de nuevos pacientes fue, durante largos meses, constante.
Juan Ignacio Silesky, jefe de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital San Juan de Dios, no olvida el ajetreo de los peores momentos, pero en sus recuerdos se imponen las horas de incertidumbre, cuando el conocimiento sobre la covid-19 todavía era escaso. Para enfrentar una enfermedad nueva, con un comportamiento particular y distinto, los médicos disponían de pocas herramientas terapéuticas e insuficientes conocimientos sobre la mejor forma de tratar a los pacientes.
No había vacunas y la mortalidad era altísima. La UCI del San Juan de Dios perdió a uno de sus más destacados intensivistas, el Dr. Jaime Solís, maestro de decenas de especialistas, y muchos miembros del equipo se infectaron. Había temor, cansancio y desgaste mental. El número de pacientes internados aumentaba y nadie sabía hasta cuándo.
Para recibirlos, un equipo en el que participó la especialista en emergencias Monserrat Herrero reorganizó los servicios hospitalarios en el Hospital San Rafael de Alajuela, centro de la primera ola pandémica, en marzo del 2020. La presión y la incertidumbre le impedían dormir, y le causaban contracturas musculares y dolores de cabeza. “¿Cuántos más van a llegar? Nuestro agobio no era por la cantidad, sino por buscar la forma de que no se murieran”, relató Herrero, madre de un niño de seis años.
Como ella, muchos miembros del personal de atención en todo el país cumplieron su deber con plena conciencia de las implicaciones para sus seres queridos. Entre tantas, esa es una de las mejores razones para agradecer su dedicación y valentía. “Fue muy difícil, especialmente, por el poco conocimiento que teníamos y aún tenemos de la enfermedad. El temor inicial no era si me iba a enfermar o no, sino a quién iba a enfermar, sobre todo, a familia, hijos, papás. Hubo momentos de mucha angustia y tensión”, afirmó Herrero.
“Uno está entrenado para ver la muerte constantemente como médico, pero verla en tanta cantidad, en tantas familias y de tantas edades, y ver también lo poco que uno podía hacer… fue sumamente triste y doloroso. Varias veces llegué a llorar a la casa”, agregó.
También en su servicio perdieron a una colega y otros muchos se contagiaron. “Había que concientizarnos de que no estábamos exentos de enfermar o morir, y que eso podía pasar en cualquier momento, lo cual siempre generaba más miedo al entrar en una sala para atender a un paciente”.
La cercanía a la muerte, el temor al contagio y la frustración de las batallas perdidas, especialmente en los primeros meses, afectaron la salud mental de médicos, enfermeros y auxiliares. Uno de ellos relató su padecimiento de insomnio, pesadillas y cambio de carácter luego de trabajar ininterrumpidamente en cuidados intensivos del Hospital México entre marzo del 2020 y febrero del 2022. Sus relatos de interacción con los familiares de los fallecidos explican de inmediato la afectación de su salud.
Los relatos son conmovedores. Es bueno tenerlos presentes para no dejar de agradecer a sus protagonistas y recordar, muy especialmente, a quienes dieron la vida para salvar la de sus semejantes. Todos, desde los profesionales en medicina y enfermería hasta el personal de apoyo, merecen un sentido homenaje.