Este lunes se cumple un año de los horribles ataques terroristas de Hamás contra Israel, que condujeron a la peor tragedia del pueblo judío desde los tiempos más sombríos de la Segunda Guerra Mundial. El 7 de octubre del 2023, sus comandos masacraron a 1.200 inocentes al sur del país y tomaron alrededor de 250 rehenes. De estos, algunos ya están libres, pero el resto permanece en cautividad, con un número indeterminado de muertos. Es un aniversario para lamentar y condenar, no solo por las horribles tragedias ya infligidas, sino por otras más que podrían venir.
Desde ese día, el ruido de las armas no ha cesado; al contrario, se ha acrecentado, con Israel como principal generador, y el Cercano Oriente está más próximo que nunca en décadas a una guerra regional de aterradoras consecuencias.
Si alguna conclusión certera podemos sacar a partir de lo sucedido hasta ahora, es que no bastará con la violencia para resolver el conflicto del que ella surgió con inusitada crueldad. El detonante de lo que ahora ocurre responde a la decisión de un grupo terrorista. De esto no hay duda. Sin embargo, sus raíces son profundas, y así como alimentaron los hechos de hace un año, seguirán alimentando otros. Mientras esta incontrovertible realidad no se aborde con realismo, cualquier “victoria” militar de Israel atizará renovados enfrentamientos mañana.
Como hemos planteado en otros editoriales, solo una solución integral permitirá que retorne un mínimo de estabilidad a la zona y de respeto a derechos inalienables de los pueblos que la habitan. Esto depende, entre otras cosas, del reconocimiento de los palestinos a un Estado propio, viable y pacífico, y el de Israel a su seguridad. Además, es urgente que el Líbano, postrado desde hace décadas por el sectarismo y virtualmente tomado por la milicia chiita Hizbulá, pueda reconstruir un gobierno funcional y tomar el control de su seguridad.
Hasta ahora, sin embargo, el gobierno de Israel, encabezado por Benjamin Netanyahu y respaldado por la coalición más extremista de la historia, no ha dado muestras de entender la necesidad de generar opciones políticas, articular estrategias claras de salida a los conflictos y emprender negociaciones para lograrlo. Menos aún lo aceptan los dirigentes terroristas de Hamás y Hizbulá, los rebeldes hutíes de Yemen y sus instigadores, suplidores y articuladores regionales, en particular la teocracia iraní y sus Guardianes de la Revolución.
Las perspectivas, por ello, son en extremo inquietantes. La brutal y prolongada ofensiva de Israel en Gaza ha debilitado seriamente el poder de Hamás. Sin embargo, este logro está lejos de la “victoria total” prometida por Netanyahu, ha dejado decenas de miles de víctimas, la mayoría civiles, y casi un millón y medio de desplazados. Para los palestinos, ha sido la peor tragedia de su historia. Además, la estrategia de tierra arrasada seguida por los israelíes ha conducido a un enorme aislamiento y condena internacional, ha afectado su economía y ha sembrado las semillas para que surjan nuevos reclutas del terrorismo. La acelerada política de asentamientos en Cisjordania, con crecientes brotes de violencia, contribuye a lo anterior.
Tras sufrir constantes bombardeos de Hizbulá, desde el sur del Líbano, contra el norte del país, a finales del pasado mes, Israel emprendió una robusta defensa, mediante sabotajes, bombardeos y, más recientemente, una incursión terrestre. Su principal logro ha sido descabezar el liderazgo de esa milicia, destruir una buena parte de su arsenal y debilitarla. Las bajas civiles “colaterales”, sin embargo, han comenzado a contarse por centenares; Irán respondió con una andanada de misiles (la mayoría interceptados), y la posibilidad de una escalada es cada vez más inminente.
El régimen de los ayatolas ha recibido un fuerte golpe con la acción israelí, y su capacidad de respuesta está en duda. Esta es una buena noticia, dado su carácter autocrático, su intervencionismo regional y su colaboración con Rusia en la guerra de Ucrania. Sin embargo, todavía tiene una gran fortaleza militar y la capacidad de producir armas nucleares a corto plazo.
Llegamos al año, por desgracia, mucho peor que antes. No podemos especular sobre lo que se pudo haber hecho, pero no ocurrió. De cara al futuro, sin embargo, y pese al rechazo de los sectores intransigentes en todos los bandos, la salida más humana, sensata y realista trasciende lo militar. Dada la parálisis existente, quizá solo una robusta presión internacional, particularmente de Estados Unidos y sus aliados europeos sobre Israel, cambiará el curso de los acontecimientos. Pero también esta opción, al menos por ahora, está paralizada. Razón de más para lamentar.