El VIII Informe del Estado de la Educación acuñó un término tan dramático como preciso para describir lo sucedido en ese campo a lo largo de los últimos cuatro años: un «apagón educativo». El «encendido», todavía por verse, apenas nos pondrá a recuperar terreno, de forma lenta y trabajosa, pero hay daños permanentes.
Las constantes interrupciones del curso lectivo por huelgas y, posteriormente, la pandemia, así como las deficiencias arrastradas por el sistema educativo antes de la turbulencia de los últimos años causan lagunas difíciles de superar en el aprendizaje de miles de estudiantes. Las consecuencias, para ellos y para el país, se harán evidentes en el futuro cercano. Según el informe, lo sucedido «compromete el desarrollo de competencias y habilidades vitales para el progreso del país y la democracia».
La pandemia agravó la situación y resaltó los defectos, pero antes de su aparición ya había significativos rezagos en acceso y cobertura, aplicación de los programas de estudio, falta de recursos de apoyo al docente en el aula, mala formación de los educadores y falta de competencias digitales.
Uno de los datos más reveladores y constantes es el mal desempeño, al finalizar la educación primaria, en las áreas de lectura y comprensión de lectura. Sin esas destrezas básicas, el resto del proceso educativo queda en jaque porque su normal desarrollo exige entender lo leído.
También es reveladora la edad de la cuarta parte de los alumnos del tercer ciclo (sétimo, octavo y noveno) salida del rango oficial del Ministerio de Educación Pública. La situación se agrava en décimo y undécimo, pues solo el 54 % de los alumnos tienen la edad apropiada. Aun antes de la covid-19, solo el 83,8 % de los niños con edades correspondientes al segundo ciclo (cuarto, quinto y sexto) lo cursaban y el 93 % de las escuelas no ofrecían todas las materias del currículo.
El informe hace hincapié en esos y otros datos para impedir la fácil salida de culpar a la pandemia. La discusión de los malos resultados y de sus causas, entre ellas las deficiencias de infraestructura, omisiones curriculares y formación de los docentes, data de muchos años y recordarlo nos aleja de la trampa del simplismo.
El informe reconoce el impacto de la pandemia, pero más como fenómeno revelador que como causa: «La pandemia, al caer como una especie de meteorito sobre el sistema, dejó al descubierto la magnitud de los rezagos y problemas no resueltos, muchos de los cuales se justificaban durante largo tiempo. La pandemia fue solo el vector que detonó la crisis y, de manera no prevista, pero implacable, permitió ver la situación real del sistema educativo».
Al sumarse a la cadena de interrupciones en años anteriores, la pandemia profundizó el rezago de los estudiantes como un eslabón más de la cadena, no como causa única y, al mismo tiempo, puso en evidencia deficiencias imposibles de disimular en tiempos de covid, como la brecha digital y la falta de competencias necesarias para aplicar las nuevas tecnologías al proceso educativo.
La pérdida de lecciones acumuladas por las huelgas del 2018 y el 2019 y por la pandemia equivale al 80 % de un año lectivo regular en primaria y el 72 % en secundaria, calcula el informe. En el 2020, solo fue posible abarcar, en promedio, la mitad de los contenidos propuestos en los programas de matemáticas y español para escuelas y colegios. Así, se explican los pésimos resultados pese a los ¢2,5 billones invertidos en educación cada año. Urge un golpe de timón para alejarnos no solo de los efectos de la pandemia, sino también de las deficiencias acumuladas desde hace años y profundizadas por cuatro años de apagón.