La lucha contra el gusano barrenador, causante de grandes pérdidas en la ganadería y capaz de afectar la salud humana, exige compartir información con las autoridades, pero la desinformación se suma a la mosca portadora del mal para dificultar la labor de controlarlo. Llega mediante textos y audios de WhatsApp, videos distribuidos por las redes sociales y, en menor medida, chismes “tradicionales”.
Tanta es la preocupación por el efecto de las falsedades que el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) dedicó una reunión a examinar el problema. La frustración en esta y otras situaciones de desinformación es el alcance de las mentiras en comparación con las aclaraciones fundadas en datos científicos.
Si la gente cree posible la transmisión del gusano o larva de un animal a otro, o mediante la comida y el agua, no se le dificulta creer también en una medida de cuarentena para las fincas infestadas, más aún si están convencidos de la capacidad de la mosca común para portar la enfermedad. Nada de eso es cierto, pero crea temor entre los ganaderos a las consecuencias de informar sobre los casos detectados.
La comunicación es vital para reconocer las zonas afectadas y asegurar el buen manejo del ganado y las larvas. Es necesario matarlas para evitar el desarrollo de una nueva generación de moscas, pero también deben ser recolectadas y enviadas al Servicio Nacional de Salud Animal (Senasa). Nada de esto es posible si los mitos determinan el comportamiento de los afectados.
El peligro de la desinformación potenciada por las redes sociales se manifestó con fuerza durante la pandemia, especialmente en relación con las vacunas. Inicialmente, los mitos se centraron en la inoculación contra la covid-19, pero pronto alteraron la percepción de las vacunas en general, y hoy ponen en peligro los éxitos del país en ese campo.
Tres vacunas esenciales, cuya cobertura debería superar el 95 % de la población meta y lo hacían en el pasado, hoy no llegan al mínimo aceptable del 80 %. La primera dosis contra sarampión, rubéola y paperas se acerca a la cobertura mínima, con un 79,45 %, pero la de tétanos y difteria apenas llega al 57,1 %, y la segunda dosis contra el virus del papiloma humano está en un 50,99 %.
La desinformación creó resistencia entre padres de familia e incluso educadores al punto de notarse el ausentismo de los niños durante las campañas de inoculación en centros educativos. En esos momentos también es común el recrudecimiento de la desinformación, ahora tan fácil de impulsar mediante las redes sociales y servicios como el de WhatsApp.
El fenómeno no es exclusivo de Costa Rica. En los Estados Unidos, el paso de dos grandes huracanes avivó inverosímiles teorías de la conspiración sobre el control gubernamental de esos eventos. Los huracanes habrían tenido el propósito de despejar terrenos para la minería de litio o desincentivar el voto en los distritos republicanos, según quien cuente el cuento.
Antes de soltar la carcajada, es importante saber que la teoría se escucha en boca de al menos una congresista, y hay suficientes personas convencidas de su veracidad para poner los nervios de punta a los meteorólogos encargados de informar sobre el clima en muchas regiones del país. Los acusan de encubrir las fechorías climáticas del gobierno y, en consecuencia, los amenazan de muerte; con más razón si suelen difundir el conocimiento científico del cambio climático.
Como sucede aquí con el gusano barrenador, la desinformación entorpece las tareas de recuperación. La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) ha sido acusada de desviar los fondos a su cargo para apoyar a Ucrania en la guerra contra Rusia, y al gobierno se le acusa de invertir el dinero en la atención de migrantes ilegales. La retórica, dice Deanne Criswell, directora de la agencia, desmoraliza y siembra temor entre el personal, para cuya seguridad se han hecho “ajustes operacionales”.
La desinformación amenaza la democracia y la salud pública. También impide la adecuada atención de emergencias. Es un mal cuya única solución, aquí y en cualquier parte del mundo, es la educación, específicamente la alfabetización digital. Algunos países, como Finlandia, ya emprendieron el camino y muestran avances, pero la mayoría, como el nuestro, todavía no despiertan a la nueva y peligrosa realidad.