Seis diputados de cuatro fracciones legislativas aceptaron con entusiasmo la invitación para asistir a un foro sobre Rusia y Latinoamérica. La actividad no promete beneficio alguno para Costa Rica. Ni siquiera cabe el consabido estribillo de “estrechar relaciones”, utilizado para justificar viajes inútiles. El mundo democrático va en otra dirección y, lejos de procurar acercamientos de este tipo con la dictadura agresora de Vladímir Putin, se aleja de ella como de un espanto.
“Estrechar relaciones” con Rusia en este momento es abrazar un régimen responsable de desatar el mayor conflicto bélico europeo desde la Segunda Guerra Mundial, arrancar a miles de niños de su suelo natal y de sus familiares, impedir el abastecimiento de granos al mercado internacional con graves consecuencias para los países más pobres y bombardear a mansalva poblaciones civiles para quebrar su espíritu de resistencia. La lista es más larga, pero lo apuntado basta para justificar la distancia.
El régimen ruso encarcela, asesina y envenena, en cualquier parte del mundo, a disidentes, periodistas y opositores políticos. Alexéi Navalni, opositor condenado a 19 años en una cárcel de máxima seguridad por “extremismo”, seguirá sufriendo su martirio mientras legisladores latinoamericanos se dejan agasajar por sus colegas rusos y consumen la propaganda gubernamental durante el seminario.
En cuanto a los intereses concretos de nuestro país, más allá del pilar tradicional de nuestra política exterior consistente en la promoción de los derechos humanos y la democracia, no debemos olvidar que el régimen ruso es un estrecho aliado de la dictadura nicaragüense y cuenta con autorización para desplazar tropas y naves al territorio de ese país. La decisión fue calificada por los Estados Unidos como una “provocación peligrosa”, y Costa Rica, junto con las demás naciones centroamericanas, expresó preocupación.
Por todas esas razones, los seis diputados de un país democrático, sin ejército, defensor de los derechos humanos y de la paz hicieron bien al cancelar el viaje a Moscú y permanecer en San José, dedicados a las funciones legislativas encomendadas por los electores. La pena es que ofrecieron otras razones, muchos menos atendibles o del todo incomprensibles.
“Hemos decidido desistir de la participación como un acto prudente ante la situación actual. A pesar de que la invitación no es de parte del gobierno de esa nación, sino que corresponde a una invitación de la Duma Estatal y el Ministerio de Deporte, esto puede crear otras interpretaciones a nivel internacional”, explicó la bancada liberacionista.
La explicación no menciona la agresión militar a Ucrania, la alianza con Nicaragua o la violación de los derechos humanos. Ni siquiera cita la orden de captura contra Putin, emitida el 17 de marzo por el Tribunal Penal Internacional que investiga la deportación forzosa de menores ucranianos desde los territorios ocupados por Rusia.
Nada de eso parece importar, solo la “prudencia” y las posibles interpretaciones de la comunidad internacional. Pero lo más grosero de la explicación es la distinción entre el gobierno de Putin y el parlamento de donde emana la invitación. Para justificarse, aun después de renunciar al viaje, la fracción liberacionista recurre a la ficción de la división de poderes en Rusia y hasta parece separar del Ejecutivo al Ministerio de Deporte.
La explicación rivaliza con la del diputado David Segura, quien prefirió no viajar, según dijo, para evitar discusiones y malas interpretaciones promovidas por los medios de comunicación. En otras palabras, nada tiene de malo el viaje, pero la prensa podría acordarse de las razones citadas e interpretar, equivocadamente, que la visita de una delegación del parlamento costarricense a Rusia, en este momento, es una afrenta para los más altos valores de nuestro país.