En la vida muchas situaciones suelen cambiar de la noche a la mañana. Por ejemplo, el clima, las condiciones de salud y las relaciones personales, pero las variaciones súbitas son menos frecuentes en el panorama del sistema tributario, como parece estar ocurriendo a tenor de las declaraciones oficiales.
Luego de más de dos años de escuchar al presidente, Rodrigo Chaves, y su ministro de Hacienda, Nogui Acosta, hablar sobre la buena evolución del manejo fiscal, los logros en materia de balance primario, el déficit financiero, la deuda pública y hasta la mejora en las calificaciones de riesgo, el mismo ministro acaba de sorprendernos al afirmar que el sistema tributario costarricense no tiene futuro en las condiciones actuales. Más aún, consideró necesaria una nueva reforma fiscal. ¿No era que las finanzas públicas gozaban de buena salud?
Este cambio repentino en la narrativa llama la atención porque contrasta con lo recalcado por las autoridades y los analistas internacionales hace pocas semanas, y también con las acciones tomadas por la misma administración en los últimos dos años, como en el caso de la rebaja del marchamo.
En abril del 2023, el presidente prometió en una conferencia de prensa que el 92% de los vehículos iban a pagar menos, haciendo alusión al compromiso de reducir el monto del impuesto anual sobre los automotores. En agosto de ese año, Acosta aseguró que el impacto no sería significativo, dado el aumento en la recaudación de impuestos en los últimos períodos. Después de negociaciones entre el ministro de Hacienda y los diputados, se votó un proyecto con el apoyo de los legisladores oficialistas, que no fue vetado por el mandatario.
La ley fue firmada el 2 de octubre del 2023 por Chaves y Acosta, pero, a comienzos de julio del 2024, tanto el presidente como el ministro criticaron la reducción del monto del marchamo y su impacto negativo sobre los ingresos fiscales. ¿Por qué el cambio de opinión? Posiblemente, el proyecto se hizo pensando en matemática política y no tanto en matemática financiera.
Además, al parecer se omitieron algunos detalles en la planificación financiera. Primero, el impacto que tendría la caída del tipo de cambio en la recaudación. Es cierto que la variación mejoró el perfil de la deuda y el pago de intereses en moneda extranjera, pero también debilitó el flujo de caja. Segundo, la economía jaguar era impulsada por el régimen especial y no tanto por el definitivo, que a fin de cuentas soporta la mayor carga tributaria. Tercero, que la reforma del 2018 podía desgastarse con el tiempo, como es normal, y que, sin duda, los ingresos del pasado no eran buenos predictores del ingreso futuro.
En diciembre del 2023, el ministro de Hacienda alabó la mejora fiscal, sin hacer mayor referencia a la reducción del gasto social, cuyo papel en el buen aspecto de las cifras es de capital importancia. En aquella ocasión, anunció la proximidad del momento de mayor inversión en educación y seguridad social. No obstante, tras sus declaraciones en un foro reciente, esas palabras parecen estar quedando en el olvido y la meta deseada más bien se está alejando.
La solución propuesta por las autoridades es una nueva reforma tributaria, al parecer más del lado de los ingresos que del gasto. Partiendo de ese supuesto, surgen varias preguntas. Primero, ¿por qué hacerla ahora, cuando la economía se desacelera? ¿Por qué hablar del tema cuando recién concluyó el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI)? ¿Aguantarán la señora de Purral o las pymes una mayor carga tributaria?
Muchas administraciones aspiran a ejecutar una reforma tributaria. Lo complicado en esta ocasión es que el gobierno tiene dos años de presumir de un manejo fiscal prudente y una situación fiscal saludable. También ha insistido en que muchos de los resultados son producto de acciones propias y no de políticas del pasado. ¿Será fácil, entonces, promover un urgente llamado a ejecutar una nueva reforma?
Sin duda, el sistema tributario costarricense puede mejorar. Lo confuso es el rápido cambio de los mensajes y condiciones. Hace semanas éramos jaguares. Hoy, las manchas parecen pertenecer a otra especie y el rugido es menos fuerte. ¿Estaremos a las puertas de un cambio de opinión como el del marchamo?