La elección de la persona que dirigirá, cuando menos, los próximos cinco años el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) tiene en esta oportunidad características muy especiales. Para la organización y lo que esta representa, porque, por primera vez en sus 61 años de historia, y contrario a un acuerdo implícito entre sus miembros, Estados Unidos decidió presentar un candidato propio a su presidencia. Para Costa Rica, porque, por lo menos hasta el momento, la expresidenta Laura Chinchilla es la única otra persona que compite por el cargo, luego de que fuera postulada por nuestro gobierno. Pero su candidatura, que apoyamos, tiene implicaciones mucho mayores.
Desde que el BID fue establecido en 1959, solo ha tenido cuatro presidentes, todos latinoamericanos: el chileno Felipe Herrera (entre 1960 y 1970), el mexicano Antonio Ortiz Mena (1970-1988), el uruguayo Enrique V. Iglesias (1988-2005) y el colombiano Luis Alberto Moreno (2005 hasta la fecha). Estados Unidos, que representa el mayor poder de votos (30 %) en función de su capital, se había abstenido hasta ahora de competir por el cargo. Decidió conformarse siempre con la vicepresidencia, en el entendido de que, por estar las actividades del BID centradas en América Latina y el Caribe, de aquí debía salir la cabeza.
Esa decisión, sumada a la responsabilidad y actitud consensual que caracterizaron a los cuatro presidentes, el rigor técnico de la institución y su renuencia a introducir variables político-ideológicas coyunturales en la toma de decisiones, le ha dado gran estabilidad y ha atraído cuantiosos aportes de capital de países fuera del hemisferio. Hoy, gracias a su buen desempeño, el BID es el banco regional de desarrollo más grande del mundo y sus actividades no solo se dirigen a financiar una gran cantidad de proyectos, sino también a brindar asesoría en política económica, promover las buenas prácticas y estimular la cooperación e integración regionales. Por todo esto, su aporte ha sido fundamental para el desarrollo.
Nos preocupa que todo lo anterior sea puesto en grave riesgo por la candidatura del estadounidense Mauricio Claver Carone. Esta es una razón fundamental, más allá de los atestados personales, experiencia y nacionalidad de la expresidenta Chinchilla, por la cual su postulación cobra tanta relevancia y merece amplio respaldo. Ella no solo representa una excelente opción, sino la única que existe actualmente para asegurarnos las más altas normas de integridad posibles del BID.
Los atestados técnico-profesionales de Claver Carone son muy sólidos. El problema es que, por su línea conservadora dura, su activismo político, su fama confrontativa y el papel que ha desempeñado en la administración del presidente Donald Trump, en la que funge como director para América Latina en el Consejo Nacional de Seguridad de la Casa Blanca, si ocupara la presidencia del Banco sería un foco de distorsiones y fracturas. De hecho, ya ha generado grandes divisiones, que amenazan la serenidad de la campaña.
A pesar de esos riesgos, ya Claver Carone ha recibido el respaldo de Brasil, Colombia, Ecuador, Haití, Honduras, Jamaica y Paraguay. Las razones pueden ser múltiples, pero entre ellas están ciertas afinidades ideológicas, promesas veladas de numerosas contribuciones de capital al BID por parte del Tesoro estadounidense, presiones sobre algunos gobiernos y la falta de candidatos de Argentina y Brasil, que se pensaba serían los competidores.
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Lo anterior hace aún más vital, pero también más compleja, la candidatura de la expresidenta Chinchilla. No basta, en este caso, solo con saber que, a menos que surja otro sólido candidato latinoamericano, Chinchilla representará una apuesta a la integridad del BID frente a los posibles intentos de condicionarlo. Los buenos argumentos no siempre captan votos en los organismos multilaterales.
Además de tener razón, como lo creemos, será muy difícil el éxito sin una estrategia clara, eficiente y vigorosa, que además deberá cuidar nuestras relaciones con Estados Unidos y evitar que se creen divisiones hemisféricas. Por ello, el impulso de su candidatura implica una enorme responsabilidad para nuestra diplomacia: con recursos muy limitados, tendremos que competir con la enorme maquinaria del Departamento de Estado, y todo lo que ella implica.
El éxito es posible, y esperamos que se produzca, sobre todo por el BID. Pero no está garantizado y, para darse, nos obliga a un grado de focalización, seriedad y eficacia que no ha sido la tónica en la diplomacia del actual gobierno. Esperamos que, por la trascendencia del desafío, esto cambie para bien.