El primer satélite costarricense ya está en la Estación Espacial Internacional, desde donde será puesto en órbita para vigilar la fijación de carbono en los bosques nacionales. Es un cubo de diez centímetros y un kilo de peso, pero representa las enormes aspiraciones de los científicos encargados del proyecto.
La Asociación Centroamericana de Aeronáutica y del Espacio (ACAE) y el Instituto Tecnológico de Costa Rica (TEC) unieron esfuerzos con la Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial, desde cuyo módulo en la estación internacional se hará, dentro de unos meses, la colocación del satélite en su órbita.
Una estación remota ubicada en Los Chiles medirá el crecimiento de los árboles y la fijación del carbono con instrumentos diseñados por estudiantes del centro de estudios superiores cartaginés y otros adquiridos afuera. La información recolectada pasará a una estación en el TEC y los resultados estarán a disposición de quien desee verlos en una página de Internet.
Para comprender las dimensiones del logro, es preciso recordar la importancia de cada gramo de peso y cada centímetro de carga en un lanzamiento espacial. El cohete Falcon 9, de la compañía SpaceX, despegó de Cabo Cañaveral con la misión de reabastecer a la estación espacial y entregar los equipos requeridos para más de 250 investigaciones científicas. Estar entre esos estudios es un resultado mayúsculo.
Ronald Chang, miembro de ACAE e impulsor del proyecto, destacó el avance científico del país y recordó la importancia de la semilla plantada por su hermano Franklin en los jóvenes ingenieros y académicos, así como en varias instituciones públicas y en la empresa privada.
También en las aulas del TEC ocurrió, hace poco menos de dos años, un hecho de gran importancia en la historia de la ciencia nacional: la primera descarga de plasma de alta temperatura en América Latina. Los investigadores lograron, en Cartago, reproducir el plasma que se genera en las estrellas a temperaturas hasta de 15 millones de grados centígrados. El sueño es utilizar la tecnología para producir energía limpia y barata, pero hay muchas otras aplicaciones posibles, incluido el manejo óptimo de desechos sólidos.
En Guanacaste, Franklin Chang Díaz y su empresa Ad Astra Rocket investigan los elementos de un futuro motor de plasma y encuentran tiempo para estudiar el uso del hidrógeno en el transporte. A fines del año pasado, Ad Astra Rocket puso a circular el primer vehículo en Centroamérica impulsado por la electricidad generada por una pila de hidrógeno. Puede recorrer 338 kilómetros, sin emisiones de carbono.
En la Universidad de Costa Rica, el Centro de Investigaciones Espaciales forma especialistas y desarrolla investigación científica de alto nivel en astronomía, astrofísica y ciencia del espacio. También aplica la tecnología espacial al estudio de nuestro planeta y fomenta la vocación científica con su moderno planetario.
Las instituciones citadas no son todas las que promueven el avance en estos campos. Hay muchas más, pero el puñado de ejemplos sirve para demostrar cuánto es posible lograr. Andrés Mora, un costarricense empleado por la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio de los Estados Unidos, destacó la importancia histórica del satélite nacional. Mora estuvo entre los expertos asesores de la iniciativa y recordó la participación de muchas instituciones y personas. “Esto quiere decir que cuando nos unimos somos mejores”, concluyó.
Ese es el espíritu que anima a la comunidad científica costarricense y su pertinencia no podría ser más obvia en otros campos de la vida nacional, sobre todo el Gobierno. Ojalá nuestros actores políticos sigan el ejemplo y nos mantengan en la senda del progreso, decididos a satisfacer las más grandes y mejores aspiraciones del país.