Al diputado Dragos Dolanescu, del Partido Republicano, parece divertirle el tema fiscal. Sus manifestaciones humorísticas frente al principal y más peligroso problema nacional no son originales, ni es posible augurar éxito al ánimo festivo en una discusión que el resto del país y los organismos internacionales toman muy en serio, pero el legislador persiste.
Para el Partido Republicano es importante exonerar del impuesto al valor agregado los servicios de payasos y malabaristas callejeros, así como los detectives privados y la producción de petróleo en un país donde la exploración está vedada. Con esos y otros chistes, el legislador confeccionó 500 mociones destinadas a entorpecer la discusión del plan fiscal y, sin duda, a llamar la atención.
Otros legisladores se oponen al proyecto de ley o a algunos de sus artículos, pero lo hacen con seriedad, sin trivializar la discusión. Dolanescu es un comediante perezoso. Muchas de sus mociones salen del repertorio del exdiputado Otto Guevara y si en algún momento tuvieron gracia, ya no.
La diferencia está en un déficit fiscal camino a sobrepasar el 7 % del producto interno bruto y un endeudamiento del 50 % de ese indicador. A partir de ahí, el crecimiento de la deuda solo puede acelerarse en ausencia de una respuesta sensata, es decir, necesariamente seria.
La comedia y la charanga nos trajeron hasta aquí. El Estado se ve en apuros para enfrentar sus obligaciones, sale a financiarlas con tasas de interés elevadas, acrecienta el endeudamiento y, para pagar intereses, debe destinar porciones cada vez mayores del presupuesto. Hasta hace poco fue posible salir adelante con deuda y sacrificio de importantes rubros, como la infraestructura, pero el espacio se agota mientras la fracción del Partido Republicano ríe.
Las consecuencias de la inacción, o el vacilón, para estar más a tono con el padre de la patria, nos las advierten, con mucha seriedad, los expertos internacionales enviados al país por organizaciones financieras de indiscutible prestigio. Tan en serio habló Álvaro Pereira, economista jefe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que se sintió obligado a declarar su poca afición por el tono solemne, aunque dijo sentirse obligado a emplearlo al examinar la situación de Costa Rica.
El contraste avergüenza. Un legislador costarricense toma a broma lo que expertos internacionales de talla nos piden considerar en serio. Lo hace casi al tiempo que otro experto de renombre, Alexandre Meira da Rosa, vicepresidente de Países del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), lamenta la lentitud de nuestros procesos de reforma. Uno de ellos, por supuesto, es el estancamiento de la Asamblea Legislativa, cuyo reglamento interno permite a cualquier diputado transformar el ejercicio parlamentario en una comedia.
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El exministro de Economía portugués conoce la seriedad de los efectos de una debacle fiscal. Su país pasó por ese trance, con la ventaja de tener el apoyo de la Unión Europea. El dolor del momento le impide hallar el lado gracioso. Los costarricenses con edad para recordar la década del ochenta también saben que no tuvo gracia. La pobreza alcanzó a la mitad de la población y decenas de miles de jóvenes se vieron obligados a dejar los estudios. La gente hacía fila para comprar comida y las divisas se transaban en las esquinas, hoy a un precio y mañana a otro, indicativo de cuanto se había empobrecido la población entre una cotización y la siguiente. Las tasas de interés de dos dígitos impedían a las parejas jóvenes soñar siquiera con una vivienda y muchos quedaron sin empleo. Son temas absolutamente serios.