En su discurso inaugural del 8 de mayo del 2022, el presidente Rodrigo Chaves rebatió quejas de algunos de sus antecesores sobre la supuesta “ingobernabilidad” del país y las caracterizó como meras excusas para su incapacidad e inoperancia. En aquel momento, se presentaba como un ejecutivo de empuje, conocedor de las necesidades nacionales y de sus soluciones.
Pasados dos años, hay pocos logros y las promesas de aquella época se van transformando en reproches. Las filas de espera en la Caja Costarricense de Seguro Social aumentan, los homicidios alcanzan nuevos récords, la electricidad va al alza y el propio mandatario admite que su solución para los precios de las medicinas fracasó.
Pero aquel 8 de mayo, afirmó sin titubeos: “Figuras prominentes de la clase política dirigente, con ligereza, y quizá como excusa para no haber tomado las decisiones que correspondía tomar, nos han hecho creer que Costa Rica es un país ingobernable. ¡No! No se trata de ingobernabilidad, sino de tomar las decisiones que es necesario tomar, sin importar lo complejas y controversiales que puedan llegar a ser. Es una cuestión también de valentía, aunque estas decisiones vayan en contra de los intereses de pequeños grupos, los que han utilizado su influencia y poder para beneficiarse por medio de políticas públicas que no han hecho más que disminuir el bienestar de la mayoría”.
Ahora, el país le resulta ingobernable al punto de convocar un referéndum para disminuir significativamente los controles sobre los recursos públicos y permitirle al Ejecutivo hacer contrataciones a dedo, sin sujeción al principio de concurso o licitación ni control previo de la Contraloría General de la República.
De pronto, el gobernante descubrió que vivimos en una “dictadura perfecta”, donde, a diferencia de las dictaduras hasta ahora conocidas, no se hace la voluntad autocrática del jefe de Estado, sino la de los “mandos medios” y las instituciones propias de toda democracia. Solo en Costa Rica, esa institucionalidad opera, de alguna forma, contra la democracia.
El 14 de junio, en La Fortuna de San Carlos, culpó a la institucionalidad democrática de impedirle impulsar la prosperidad económica con seguridad, infraestructura y bienestar general. Ante los presentes preguntó: “¿Qué nos falta, digo yo, a los ticos, para ser felices? Excepto modorra, corrupción, feudos, la dictadura perfecta de 75 años. Nos hicieron pensar que esto era totalmente nuestro, cuando solo lo era parcialmente”.
El “descubrimiento” del régimen dictatorial, días después caracterizado como “tiranía”, es muy reciente porque, apenas el 2 de mayo, en su discurso anual ante la Asamblea Legislativa, Chaves afirmó, con toda solemnidad: “Nuestra democracia es fuerte y sigue siendo ejemplo mundial. Así lo refleja el índice de democracia del año 2023 del prestigioso diario The Economist, que sitúa a nuestra nación como la democracia mejor consolidada de toda América Latina y la número 17 en todo el mundo”.
Cinco semanas antes, el 21 de marzo, ante una delegación estadounidense reunida para conocer la “hoja de ruta del ecosistema de semiconductores”, afirmó: “Costa Rica ha sido y seguirá siendo un faro de democracia, paz y compromiso ambiental”. En un momento, quizá involuntariamente revelador, previno sobre la posibilidad de que “se nos meta gente con ideas extrañas vendiendo una estafa, diciendo ‘nosotros tenemos una mejor alternativa a la democracia para usted’”.
Tampoco deja de ser reveladora la supuesta confianza en la voluntad de un electorado que, según él, vivió engañado durante 75 años. Cuando le conviene, Chaves habla de un país de crédulos, incapaces de distinguir una democracia de una tiranía: “Nos han hecho creer que Costa Rica es un país ingobernable”, “nos hicieron pensar que esto era totalmente nuestro” y, sin siquiera una pausa, hace un pobre intento de promover una consulta a esos mismos ciudadanos para “fortalecer” a la Contraloría cuando del texto se entiende, sin ambigüedad, lo contrario.
El mandatario se mueve entre contradicciones, sin compromiso con la verdad ni con la coherencia. Se aparta de la realidad a su antojo o la modifica a su conveniencia. Ahí, y no en el probado sistema de frenos y contrapesos, está el fracaso de su administración, admitido por el propio presidente y atribuido a la institucionalidad para hacernos “creer que Costa Rica es un país ingobernable”.