El Banco Central bajó la estimación de crecimiento de nuestra economía para este año de 4,1% a entre 3,5% y 3,7%. El Fondo Monetario Internacional (FMI) la redujo en nueve puntos porcentuales: de 4,3% a 3,4%; el Banco Mundial prevé 3,5%.
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Sus estimaciones reflejan el impacto negativo de la guerra comercial global desatada por el presidente estadounidense, Donald Trump. El resultado esperado, que ya comienza a sentirse, será una mezcla de incertidumbre, reducción casi inevitable y generalizada de la producción y el consumo, y posibilidades de mayor inflación y alza en las tasas de interés.
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Bien lo dijo el FMI, en lenguaje contenido, al presentar, el martes, sus nuevas estimaciones: “La súbita escalada de las tensiones comerciales y los niveles extremadamente altos de incertidumbre política, se espera que tengan un impacto significativo en la actividad económica global”. Costa Rica, por supuesto, es una de tantas víctimas de esa realidad.
No se trata solo de cómo el deterioro económico generalizado afectará nuestra economía. A esto hay que sumar el 10% de aranceles impuesto por Trump a las importaciones estadounidenses provenientes de todos los países, incluyendo el nuestro. A pesar de que, junto al resto de Centroamérica y la República Dominicana, somos parte de un tratado de libre comercio con Estados Unidos que impide ese tipo de decisiones unilaterales, se ha impuesto la arbitraria voluntad del más fuerte.
El inevitable encarecimiento de nuestras exportaciones a un mercado que el pasado año adquirió casi el 47% del total, se suma al eventual debilitamiento de la competitividad ante otros países y a posibles desvíos de comercio que también lleguen a perjudicarnos.
Por ejemplo, México, un gran exportador de dispositivos médicos a Estados Unidos, quedó excluido del 10% de aranceles globales, por ser parte del tratado de libre comercio de Norteamérica. Como Costa Rica sí deberá sufrirlos, es casi inevitable que los mismos productos manufacturados en nuestras zonas francas pierdan competitividad ante los mexicanos. Esto, a su vez, podría disminuir las posibilidades de mayor inversión en ellas. Si tomamos en cuenta que, el año pasado, el 70,5%, de la inversión extranjera directa tuvo origen estadounidense, la magnitud del riesgo es inquietante.
A lo anterior hay que sumar la baja en la afluencia de turistas, sobre todo norteamericanos y europeos, que comenzó desde setiembre del año pasado. Peor aún, debido a las medidas de Trump, el ministro del ramo, William Rodríguez, considera que se agudizará el descenso en la llegada de estadounidenses, que en 2024 representaron el 55% del total.
Aunque el Índice Mensual de Actividad Económica (IMAE), que calcula el Banco Central, mostró en febrero (dato más reciente) un crecimiento razonable, de 4,1%, fue ligeramente inferior al del mismo mes hace un año. Además, mientras las empresas al amparo de exoneraciones en zonas francas crecieron 12,2% –también una baja–, las que tienen base local apenas mejoraron el 2,3%, siete puntos porcentuales por debajo de enero.
La conclusión de todo lo anterior es clara. Y preocupante. Nuestra economía enfrenta desafíos en varios flancos, tanto internos como externos. Ante un reto sistémico tan evidente, se imponen acciones que también lo sean. Más allá de decisiones empresariales, deberían contemplar las políticas de índole monetario, cambiario, comercial y productivo; también, las dimensiones fiscales, la muy posible baja en la recaudación.
Sin embargo, con excepción del Banco Central, cuya Directiva ha comenzado a analizar el impacto en las dimensiones que le corresponden, es poco o nada lo que se percibe como respuesta del sector público. La gravedad de la situación demanda una acción coordinada, en la que, con un liderazgo visionario, sereno, inclusivo y proactivo del gobierno, se diseñen estrategias multisectoriales para afrontar los impactos que ya se sienten, además de tomar acciones preventivas ante los que se perciben en lo inmediato, e iniciativas que nos permitan diversificar mercados y fuentes de inversión a mediano y largo plazo.
Pero mientras los retos y sus efectos se acumulan, el presidente Rodrigo Chaves está más ocupado en la generación de diatribas de toda índole contra instituciones y personas. Esta reprensible actitud no solo desvía la atención y desdeña temas tan cruciales como estos, sino que –y peor aún– entorpece la búsqueda colectiva de decisiones.
¿Será mucho esperar que, en su próximo programa televisivo desde Zapote, el presidente plantee a los costarricenses cuál es el plan de acción, quiénes están involucrados en él, qué calendario seguirá, y con qué efectos esperados? Ojalá lo haga, pero sobran razones para dudarlo.
