Si algo ha demostrado el desarrollo de la pandemia generada por la covid-19 es la volatilidad de su impacto y la repercusión de no considerar, prematuramente, las cifras puntuales como indicadoras de nuevas tendencias.
Sin embargo, incluso inmersos en la sobriedad y el cuidado al cual nos llama esta realidad, y de un número de casos diarios que es motivo de preocupación, vale la pena resaltar con cierta esperanza un dato reciente: la moderación en la tasa neta de reproducción, conocida como tasa R.
Según datos del Centro Centroamericano de Población (CCP) de la Universidad de Costa Rica, de una tasa R de 1,8 el 23 de junio, logramos bajar a 1,25 el 17 de julio, “con una tendencia clara a la baja”, según informó la entidad. Esto quiere decir que, en la primera fecha, cada persona portadora del virus lo transmitía, en promedio, a 1,8 habitantes, algo cercano al crecimiento exponencial.
Al reducirse el multiplicador a 1,25, estamos mucho más cerca del número “mágico” bajo el cual comenzará el descenso: 1.
El CCP informa, además, que existe una correlación (no causalidad demostrada) entre este decrecimiento y el momento en que, al fin, las autoridades decretaron la obligatoriedad del uso de mascarillas en una amplia gama de actividades. El lunes 20 la medida se extendió a todos los espacios cerrados, salvo los familiares.
Tal exigencia se produjo de forma excesivamente tardía, muchas semanas después de que fuera incontrovertible la evidencia de la eficacia de las mascarillas para reducir los contagios.
Aunque no es momento para los reclamos, sino para celebrar la decisión, conviene recordar que, desde el 7 de abril, en un artículo publicado en nuestra “Página quince”, Luis Rosero, fundador y exdirector del CCP, explicó la eficacia del uso. Por esos días, gracias a los confinamientos de Semana Santa, la tasa R era apenas de 0,5, pero poco después de mediados del mes, cuando la contención se redujo drásticamente y muchos se descuidaron, había subido a 1,25. Luego siguió su ascenso.
El 15 de abril la Academia de Ciencias solicitó al ministro de Salud, Daniel Salas, recomendar las mascarillas; tres días después, publicamos un editorial en el mismo sentido, titulado “A favor de las mascarillas bien usadas”, en el que reconocimos las precauciones necesarias sobre su empleo, pero también la conveniencia de que se generalizara con adecuadas instrucciones para los usuarios. Hemos llegado a ese momento.
Lo peor que podríamos hacer —algo que siempre ha preocupado a las autoridades— es suponer que las mascarillas o caretas bastan para protegernos y proteger. Al contrario, son apenas uno de los elementos.
A ellas debemos añadir el distanciamiento social, el lavado de manos, el respeto a los protocolos laborales y, en todo lo posible, evitar grupos y permanecer en nuestras casas.
Ahora que todo este arsenal de precauciones está en vigencia, lo que corresponde es incrementar aún más los cuidados para contener el número de casos.
Recordemos que, en primera instancia, lo que está de por medio son vidas humanas, pero también el bienestar psicológico y la capacidad de atender necesidades básicas de amplios sectores de la población.
Para esto es necesario controlar aún mejor los contagios y, así, impulsar la paulatina reactivación de la actividad económica, de la cual depende, en última instancia, el bienestar social.