Desde que hace tres años la covid-19 hizo su aparición en la ciudad china de Wuhan, el gobierno optó por una drástica estrategia, solo posible en un Estado de índole policial con gran capacidad tecnológica para el cual controlar a la población forma parte del ejercicio habitual del poder: decretó el aislamiento de esta urbe de 11 millones de habitantes. Conforme la pandemia se agudizó, fue extendiendo paulatinamente el modelo a otros centros urbanos. Entró así en vigor la llamada Política Cero Covid.
Sus componentes centrales fueron los aislamientos masivos y las pruebas constantes, ambos de carácter compulsivo. Por largo tiempo, mostró su eficacia para contener los contagios. Los casos, hospitalizaciones y muertes por covid-19 fueron mínimos. El régimen se apresuró a proclamar el éxito de las medidas y a ponerlo como ejemplo de la presunta superioridad del “modelo” chino, al que contrastó con los contagios generalizados y muertes en países occidentales.
Sin embargo, los efectos económicos fueron muy graves, el descontento de la población comenzó a crecer y, junto con él, la evidencia de que debía diseñarse una salida. Pero se había apostado tanto por el control y apostado tanto capital político del régimen a esa ruta, que prevaleció la severidad. Hasta que la realidad se impuso con crudeza. Las consecuencias están a la vista.
A principios del pasado mes, todo cambió de forma abrupta. Sin adecuada preparación y con un número de inoculaciones limitado, la estrategia llegó a su fin. Se decretó una apertura irrestricta. Los aislamientos cesaron, las pruebas dejaron de ser masivas y las autoridades entraron en una virtual amnesia sobre su anterior intransigencia sanitaria y sus loas a la Política Cero Covid. Lo que ha seguido es un verdadero colapso.
Hasta ahora, el impacto humano no se conoce con precisión, aunque la menor letalidad de la variante ómicron, generalizada actualmente, parece haberlo atemperado. A pesar del secretismo del régimen, comenzaron a difundirse reveladores datos extraoficiales.
El 24 de diciembre, fue dado a conocer por el prestigioso diario británico Financial Times que un documento presentado el día anterior en una reunión cerrada del Consejo de Estado calculaba los contagios en 250 millones al 20 de ese mes, es decir, un 18 % de la población. Un modelo estadístico desarrollado por otra publicación británica, The Economist, calcula que, en una situación extrema, las muertes podrían llegar a 1,5 millones en los próximos meses, mientras Airfinity, firma de análisis de datos citada por esta revista, estima que alrededor de 9.000 personas mueren diariamente debido a la enfermedad.
El miércoles, la Organización Mundial de la Salud urgió al gobierno a revelar datos sobre la realidad de la situación, algo indispensable para estructurar respuestas internacionales eficaces ante los brotes descontrolados. Muchos países, entre ellos, casi todos los europeos, Estados Unidos y el nuestro, decidieron exigir pruebas negativas a viajeros que procedan de China.
Pasar del control casi absoluto a la apertura casi total es, por decir lo menos, una decisión irresponsable de Pekín. Revela, entre otras cosas, los límites de un régimen cerrado y la distorsión que pueden crear el dogmatismo ideológico y el afán de centralización en situaciones que requieren flexibilidad, apertura a los datos y capacidad de adaptación.
Durante el tiempo en que la Política Cero Covid fue el evangelio oficial, el gobierno no preparó el sistema de salud, que padece serias limitaciones, para afrontar una eventual ola de contagios. Y, si bien cuando estuvieron disponibles las vacunas empezó una campaña de inoculación, esta adoleció de dos grandes problemas. Uno fue la decisión de solo utilizar vacunas locales, menos eficaces y con efectos menos prolongados que las fabricadas en Occidente; el otro, una penetración insuficiente (en extensión y dosis aplicadas), particularmente entre los adultos mayores, suspicaces hacia el método.
En noviembre, a los cuantiosos costos para la economía se añadió una variable más temible para el partido y el gobierno: las protestas de la población. Se extendieron por varias ciudades y en muchas de ellas los reclamos causados por las limitaciones físicas dieron paso a exigencias de libertad e, incluso, aunque en pocos casos, llamados a un relevo del presidente y secretario general, el todopoderoso Xi Jinping. Fueron controladas, pero el riesgo de la inflexibilidad ya resultaba demasiado alto. Por esto, las autoridades optaron por una apertura acelerada e irresponsable, que condujo al desplome.
Aunque nada lo garantiza, es posible que pronto se llegue al pico de contagios, la ola baje y, junto con la apertura de la economía, se vuelva a un período de crecimiento y a una mayor tranquilidad social. En este caso, podría haber un retorno a la estabilidad. Sin embargo, aparte del saldo en vidas y tensiones, el régimen y, en particular, Xi Jinping, perdieron gran legitimidad frente a la población. Es otro elemento crucial que debe tomarse en cuenta.