La pandemia enfatizó las carencias del país en diversos campos. En algunos casos las reveló y, en otros, destacó la trascendencia de debilidades conocidas, pero aceptadas desde hace décadas. Ningún experto en el campo de la salud mental está satisfecho con los recursos destinados a atenderla y cuando se conversa sobre el asunto muchos recurren a la comparación de la especialidad con la Cenicienta del cuento infantil.
En cambio, nadie niega la repercusión de fortalecer los servicios de salud mental y su creciente preponderancia en sociedades en rápido proceso de envejecimiento, como la nuestra. Durante la pandemia, los profesionales disponibles se vieron obligados a intensificar esfuerzos, fijar prioridades y posponer los casos menos urgentes, y el Colegio de Psicólogos organizó equipos de voluntarios para atender miles de llamadas.
Marta Vindas, coordinadora nacional de Psicología de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), afirma que la institución debió reorganizar sus servicios para dar abasto a la demanda y, lamentablemente, debieron «priorizar también por diagnósticos» para brindar ayuda a las emergencias más serias, necesitadas de atención inmediata.
Los servicios de consulta externa recibieron 24.730 pacientes más en la especialidad de psicología que en el 2020. En total, hubo 207.306 consultas (568 al día). Sin embargo, un estudio de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) estimó en 1,3 millones el número de personas con afecciones significativas en la salud mental hasta octubre del 2020, población sin posibilidades de tratamiento o sin interés en procurárselo.
La mayor parte del aumento en las consultas y, debemos presuponer, en los padecimientos no tratados, se relacionan con la pandemia. El diagnóstico más frecuente fue de reacciones graves al estrés y trastornos de adaptación (un 26 % de los casos), seguido de la ansiedad, con un 21 %, y los problemas intrafamiliares, con un 19 %. Son males con múltiples causas posibles; sin embargo, en el año de la pandemia la relación con la covid-19 está clara.
El temor a infectarse o infectar a los seres queridos, la pérdida del empleo o el miedo a sufrirla, la angustia causada por las malas noticias y las dificultades de convivencia impuestas por el confinamiento, a menudo en espacios reducidos, están entre los detonantes más comunes de los males detectados por los especialistas.
No obstante, Vindas reconoce un aumento en la demanda de atención desde el 2019, quizá por efecto de una creciente consciencia de la necesidad de expresar los síntomas psicológicos y procurar atención especializada. También influye con creciente intensidad el envejecimiento de la población.
La lección de la pandemia en este campo consiste en hacer patente las limitaciones existentes y la necesidad de enfrentarlas, no para prevenir una emergencia de las mismas proporciones, sino porque las necesidades persistirán después de la pandemia y existían desde antes.
Un informe del 2018 de la Contraloría General de la República señala que «los esfuerzos realizados por la rectoría del sector salud no parecen ser suficientes para dar cabal cumplimiento a las competencias vinculadas con la prevención y promoción de la salud mental en el país».
Entre otras deficiencias, el análisis encontró una subejecución de los recursos asignados a la Secretaría Técnica de Salud Mental del Ministerio de Salud, así como la falta de investigaciones y de una metodología para diagnosticar la situación nacional. La pandemia es un recordatorio de las cuentas pendientes con una necesidad cada vez más apremiante, haya emergencia sanitaria o no.