El freno del creciente deterioro socioeconómico de Argentina, y su futuro como el país próspero y dinámico que puede y merece ser de nuevo, depende de la superación o, por lo menos, drástica contención de dos “locuras”. Una es la que el hoy presidente Javier Milei cultivó durante su campaña; otra, la mezcla de incompetencia, populismo, clientelismo y cortoplacismo que ha plagado la acción gubernamental durante décadas, ha entrabado el desarrollo, ha distorsionado la toma de decisiones económicas y ha deteriorado gravemente el bienestar de la población.
Durante el proceso que condujo a su triunfo sobre Sergio Massa, entonces ministro de Economía y abanderado de la coalición peronista que tanto daño hizo, Milei se definió como un candidato “anarcocapitalista”. La motosierra, con la que aseguró desmembraría un Estado obeso y dispendioso, fue el gran símbolo de sus propuestas virtualmente insurreccionales. Entre ellas, planteó la desaparición del Banco Central y la dolarización de la economía. Su desdén por lo que llamó la “casta política”, dibujó un inalcanzable espejismo de “borrón y cuenta nueva”.
En la marcha hacia la segunda ronda, del 19 de noviembre, reparó en que necesitaría una parte de esa “casta” para ganar y, eventualmente, gobernar. Forjó una alianza con el expresidente de centroderecha Mauricio Macri y la excandidata Patricia Bullrich, de Juntos por el Cambio, y obtuvo el 55,6 % de los votos. Su apoyo legislativo, aunque insuficiente, es algo que necesitará con urgencia para pasar legislación, por la posición tan minoritaria de su partido, La Libertad Avanza, en la Cámara de Representantes y el Senado.
Tras su victoria, Milei dejó en el olvido la dolarización y el cierre del Central y moderó su discurso antiestatista. Nombró en puestos clave no solo a Bullrich (ministra de Seguridad) y su compañero de fórmula, Luis Petri (Defensa), sino también a reconocidos economistas cercanos a Macri en Hacienda y el Central, y hasta a un peronista moderado en el Ministerio del Interior, con lo cual pretende tender puentes a partes de ese sector y a los movimientos sociales. Mantiene un núcleo duro a su alrededor, compuesto por su hermana, la vicepresidenta, la ministra de Capital Humano y la canciller, Diana Mondino, que, sin embargo, ha dado muestras de pragmatismo, sobre todo en las relaciones con Brasil.
Si en el ámbito socioeconómico del gobierno prevalece la sensatez de los profesionales y operadores sólidos y con ideas firmes, pero realistas y sensibles, y si se crean condiciones para alcanzar acuerdos múltiples, habrá posibilidades de emprender con éxito el doloroso camino de reformas necesarias para conjurar las “locuras” estructurales que afectan al país.
En su mensaje de toma de posesión, el domingo, Milei dibujó, con datos sólidos, aunque algunos discutibles, el terrible panorama nacional. La pobreza afecta al 40 % de la población. La inflación anual supera el 140 %. El mercado cambiario está desquiciado. Ante la falta de acceso a divisas, se calcula que las empresas acumulan deudas por $60.000 millones con sus proveedores externos. El préstamo por $43.000 millones adjudicado por el Fondo Monetario Internacional durante el gobierno de Macri está en peligro de impago. El sector estatal absorbe más del 30 % del empleo nacional y los subsidios representan una carga insostenible para el fisco.
Frente a este panorama, como dijo Milei, la gradualidad es prácticamente imposible como ruta y se imponen, entre otras cosas, la devaluación y el recorte del gasto público. De aquí al shock, sin embargo, hay cierta distancia, sobre todo en la modulación de las duras medidas necesarias para contener el deterioro y, tras sus inevitables efectos inmediatos, retomar la ruta del crecimiento. En este período, que puede llevar más de un año, se necesita una gran inteligencia, visión, competencia, negociación y apertura, no solo de los nuevos gobernantes, sino también de la oposición, los gremios y otros grupos sociales.
Más allá de los nombramientos mencionados, de cierta moderación de su retórica y de un diagnóstico esencialmente acertado, aún es un misterio cómo gobernará Milei y si estará a la altura del cargo. De hecho, en lugar de anunciar el domingo medidas concretas, las postergó. Debe comprender, entre otras cosas, que, contrario a lo que dijo durante la toma de posesión, los argentinos no votaron exactamente por un nuevo “contrato social”. Más bien, escogieron entre dos opciones, una (Massa) representante del presente en quiebra; otra (Milei) que encarnó el enojo y prometió un mejor, pero indefinido futuro. Construirlo con responsabilidad es su gran reto. Parte del camino pasa por exorcizar las “locuras” propias para afrontar las de mayor calado.